El agua no quiere ser insípida
Los envases sofisticados reclaman la atención del líquido más transparente
Desde la doble condición de ser a la vez el líquido más esencial y el más corriente, el agua tiene una expresión comercial difícil. Su condición paradójica, escasa y abundante, devastadora y salvadora, sigue siendo un reto para diseñadores y grafistas.
Cuando se iniciaron las catas de agua, al apreciar los matices de un líquido inodoro, incoloro e insípido, los catadores contemplaban los envases como parte de su experiencia. Y los diseñadores no hallaban mejor solución que vestir la transparencia para asociarla a la pureza. Sin embargo, la grafista Pati Núñez ideó una botella-jarrón para la empresa Fuensanta porque no se sentía cómoda vistiendo de etiqueta algo tan elemental. Más allá de envolver el agua de vegetación, la idea de Núñez consistió en rentabilizar la botella: sumar a la función jarra, la de jarrón.
Hoy esa línea exigente ha creado escuela. Los diseñadores han decidido añadir a sus envases referencias a la riqueza que, por ser un bien escaso, puede asociarse al líquido que contienen. Con esa intención, el estudio portugués Pedrita (Pedro Ferreira y Rita Joäo) ideó el envase de Agua de Luso LH2O, con los cantos facetados como un diamante. "Cuando pensamos en una forma para el agua consideramos que una botella no es solo un contenedor, es también un punto de encuentro entre un contenido y un embalaje, entre líquido y sólido, entre un producto natural y otro cultural", explican. Su botella quiere evidenciar el valor del agua como mercancía escasa. El resultado es un envase de mano, pequeño e innovador. Su forma compacta, más ancha que larga, actúa como refuerzo y protege el contenido al tiempo que mejora su transporte.
También la nueva-vieja agua Magma de Cabreiroá, reenvasada ahora en una botella de aluminio ideada por la agencia Seisgrados, llega cerrada con un cruce entre una chapa y un cierre de lata. La idea detrás del envase es funcional: se trata de proteger del sol, como si de un lienzo se tratara, medio litro de agua que ha viajado desde los 3.000 metros de profundidad -donde alcanza 100 grados centígrados y se mezcla con el gas carbónico- hasta los 80 centímetros que levanta en una mesa. Transcurren 200 años desde que la lluvia se filtra por grietas del macizo granítico de Verín, en Ourense, hasta que se comercializa como agua carbónica.
Por eso la empresa Manantiales de Galicia quiere que la botella evoque ese mundo subterráneo, duro y delicado. Todo eso puede contar una botella que ha cambiado el mensaje de la pureza por el de la escasez. Y, sin duda, les ha llegado el momento de hablar.
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