Fachada
Si tenemos en cuenta que en España hay casi 20 ministros de Cultura, sumados a autoridades culturales de Ayuntamientos, departamentos culturales de instituciones y divisiones culturales de fundaciones y empresas, cualquiera diría que España respira cultura por todos sus poros. Es un botellón cultural, un desborde, un ansia de conocimiento y sabiduría tan soberbio que aquí vuelve a nacer Platón y se tiene que poner al día con clases particulares.
O puede que tan solo consista en que la palabra Cultura está tan pisoteada como un chicle escupido años atrás en una acera del centro. De tanto hablar de cultura nadie sabe qué es ni por dónde sale, pero por si un día le da por aparecer le hemos montado unos estupendos recintos para que se instale. Es cansino que las únicas polémicas sobre el uso de fondos públicos vengan por infraestructuras culturales, nunca a cuenta de más autopistas de peaje, polígonos industriales o chirimbolismo urbano.
Ha vuelto a ocurrir con la inauguración de la Cidade de la Cultura en el monte Gaiás compostelano. La obra que todos los políticos quisieran inaugurar aunque nunca sepan muy bien qué ponerle dentro. Hay mucho de fomento de un turismo laico, que reacio a seguir admirando catedrales prefiere la ruta por edificios relevantes. Por más que un nombre tan poético como ciudad de la cultura nos sugiera un espacio creativo y libre, los primeros empleos que generará no son de poeta, compositor ni escultor ni bailarín, sino de guardias jurados, bedeles y burócratas. Habría que repensar si no valiera más poner humildes andamios a la creación por nacer. La cultura se engendra casi siempre a la sombra, en el garaje o la trasera. Ningún futbolista nace porque el estadio sea más rutilante o tenga la tribuna cubierta, sino porque el potrero, que dicen los argentinos, o el descampado frente a casa, no tiene valla. "Mejor que lo gasten en esto que no en otra cosa", respondió una señora a la encuesta de una televisión gallega por la calle. Como los padres que al dar la paga al hijo esperan que no se lo gaste ni en mujeres ni en vino. Ojalá que al cuerpazo diseñado por Eisenman le pongan cerebro dentro, que la fachada no disimule el abandono del interior.
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