Menos humos
Muchos españoles han empezado el año fumándose encima y acordándose de sus muertos más ilustres: Humphrey Bogart pidiendo fuego en Tener o No tener, Burt Lancaster encendiendo un buen veguero en El Gatopardo o Edward G. Robinson y Fred Mac Murray en la extraordinaria escena final de Perdición. El cigarrillo tiene su lírica y hasta su épica. Pese a todo y en el contexto de la agresiva polémica que ha generado la normativa antitabaco, he de decir que esta ley me parece bien. Incluso muy bien. Lo siento por los últimos fumadores románticos. Así es la vida, chicos.
Yo empecé fumando a los 17 años el tabaco que le robaba a mi padre, marca Ducados. Una reliquia histórica. Auténtico negro. Luego me pasé al rubio como casi todo el mundo, pero tuve la suerte de ser asmática, alérgica al polen, a los gatos, al humo y a ciertos políticos vallisoletanos. Ya ven... Tuve que dejar de soñar con ser Lauren Bacall y conformarme con salvar el pellejo a tiempo. Cuando voy por la calle y pasa alguien con un cigarrillo recién encendido, todavía me quedo un rato olfateando su aroma con ojos soñadores. Dura poco y es mucho más agradable que el monóxido de carbono del tráfico. Sin embargo, el mismo olor en un local cerrado no hay Dios que lo soporte. Y no les digo nada si en lugar de un cigarrillo se trata de un puro castizo de sobremesa. Aún así suelo aguantar el tipo sin desmayarme si tengo al lado a un fumador desesperado. Todo el mundo sabe que un cigarrillo a tiempo también puede salvar una vida.
No me gustan las prohibiciones. Pero he visto morir a unos cuantos amigos de cáncer de pulmón y eso, supongo, ayuda a aclarar las ideas. Hay otras cosas fatales para la salud, desde luego, como la Conferencia Episcopal o el Anís del Mono, y a nadie se le ocurre prohibirlas. Pero es que en el caso del alcohol el asunto suele quedar entre el afectado y su hígado. No hay daños colaterales.
Sería estupendo poder proteger los derechos de fumadores y no fumadores sin que colisionasen entre sí. Bastaría con legislar desde el sentido común y la sensatez. Pero en este país no es posible. Somos demasiado intensos. Así que nada de medias tintas. Me gusta una ley que impida fumar en lugares cerrados, sean bares, Parlamentos o casas de putas. Me gusta una ley que impida que se fume en la puerta de los hospitales y de los colegios. Y todavía más. Quiero una ley que no convierta a cada ciudadano en un delator, pero que permita meter en la cárcel a las multinacionales del gremio. Y no precisamente por el tabaco, sino por las casi 4.000 sustancias químicas altamente cancerígenas con las que adulteran su composición para fijar la fidelidad de la clientela: cianuro, amoníaco, arsénico, butano, cadmio, alquitrán, benceno, radón y demás basura tóxica. Una ley auténticamente radical. Tonterías, las justas.
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