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Columna
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Dignidad explosiva

La pugna de Francisco Álvarez Cascos -uno de los fundadores de la vieja Alianza Popular, ex secretario general del PP y vicepresidente con Aznar- por la candidatura a la comunidad asturiana ha tenido un desenlace catastrófico. Cascos abandonó discretamente la primera fila de la política antes de las legislativas de 2004, renunciando a renovar su acta de diputado, tal vez por haber sido excluido de la lista de aspirantes (Rato, Rajoy, Mayor Oreja) a suceder a Aznar. Hace seis años trasladó su ficha de militante del PP desde la organización asturiana a la sección madrileña de Chamberí sin explicar tampoco los motivos de su decisión. Sin embargo, sus seguidores en el Principado empezaron a moverse desde el verano para promocionar su candidatura autonómica; el interesado se limitó a anunciar su disponibilidad a aceptarla, a la vez que abría negociaciones reservadas con los dirigentes regionales y nacionales del PP.

Cascos pide la baja en el PP y amenaza con concurrir a las elecciones autonómicas asturianas

El desenlace más lógico de esa situación hubiera sido someter la decisión a la voluntad de los militantes asturianos. Pero la inexistencia de primarias en el PP y la resistencia pies en pared de la cúpula asturiana a tolerar la candidatura de Cascos pasó la patata caliente del conflicto a las manos temblorosas del Comité Electoral Nacional, que falló el penúltimo día del año en contra del ex ministro. Es difícil saber si en esa partida de póquer Cascos jugó de farol o Mariano Rajoy le dio un pase negro.

A partir de ese momento, los incidentes tragicómicos se precipitaron. Al día siguiente, Cascos dirigió a Rajoy una altiva carta para comunicarle su baja del PP "por razones de dignidad personal" ante "los menosprecios, descalificaciones e insultos" de otros militantes asturianos y la falta de amparo del Comité de Garantías. Entre esas terribles descalificaciones figuraban los términos sexagenario (el interesado ha cumplido ya los 60 años) y galáctico (utilizado para elogiar con cierta coña a los futbolistas-estrella del Real Madrid); cualquier tesinando podría inventariar las lindezas infinitamente más injuriosas dirigidas por Cascos a sus adversarios durante su vida política activa.

Pero la susceptibilidad de la dignidad de Cascos no es sólo fácil de herir, sino que además provoca consecuencias explosivas. Aunque los partidos suelen ser un caldero de camarillas que se tiran a degüello entre sí, sus militantes acostumbran a proclamar frente a terceros su monolitismo inquebrantable. De añadidura Cascos no se limita a abandonar el PP tras 34 años de militancia: además, anuncia su disponibilidad a competir en las autonómicas asturianas al frente de un nuevo partido. Más allá del éxito de esa iniciativa, la incógnita abierta por la pataleta de Cascos es saber hasta qué punto la coalición de facciones que convive dentro del PP desde que Esperanza Aguirre llamó en vísperas del Congreso de Valencia a la rebelión contra Rajoy logrará mantenerse unida hasta las próximas elecciones.

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