Dioses tan normales
Aunque el lenguaje artístico de ese hombre pequeñito llamado Messi sea genial, me resulta enormemente complicado captar el significado de su discurso oral. Si en el campo de fútbol siempre te preguntas cómo puede inventarse un milagro cada cinco minutos, cada vez que le entrevistan, por mucho que agudices el oído, es inevitable plantearte qué ha querido decir. Con Di Stéfano, otro inigualable hacedor de milagros, me ocurre lo mismo. Pero, cosa rara, creo haber comprendido nítidamente la certidumbre final de Messi en una entrevista que le hacen en televisión a propósito de la inminente coronación del nuevo o repetido rey del fútbol. Es algo así como que hay que ir de normal para andar por la vida.
Es gozoso que en la vida real, que casi siempre está dispuesta a bendecir al villano, tres jugadores maravillosos cuya personalidad desprende inequívoco buen rollo, alergia al endiosamiento, bendita normalidad a pesar de disponer de atributos tan peligrosos como fama, dinero, poder y admiración colectiva, compitan por el Balón de Oro.
Da igual que se lo lleve el director de orquesta Xavi, el mago Messi o el juglar Iniesta. En los tres casos el galardón sería incontestable y supone ozono para algo tan contaminado como el fútbol. Sería mezquino imaginar que puedan aparecer esas cositas tan humanas del rencor o la envidia, pero, por si acaso, deberían saltarse las reglas y conceder tres Balones de Oro. Hacer distinciones entre lo sublime no tiene sentido.
En el admirable Informe Robinson homenajean a la selección que no solo donó placer y orgullo a su país, sino a cualquiera que ame la grandeza que puede ofrecer el fútbol. Y sigues constatando que los mejores profesionales también son gente con la que te puedes identificar y que en alguna ocasión la justicia no ha tenido que conformarse con ser poética, sino que ha acabado siendo campeona. El broche fue el beso de Casillas a su novia, con el aroma de una película inolvidable en la que ganaron los buenos, los de verdad.
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