La España lacia
Ser periodista deportivo tiene un problema básico y es que cada vez que alguien se topa contigo te habla de fútbol; en cualquier reunión, te preguntarán por el sueldo de los futbolistas y tu opinión sobre el entrenador de turno. Ser periodista deportivo es algo constante, continuo, que diríase que solo se abandona cuando te acoge el sueño de Morfeo (sin Raquel del Rosario, claro). Ser fumador, en estos tiempos, no es moco de pavo. Desde el día 2 sólo he hablado de fútbol, por el Athletic y el Barcelona, y de tabaco, por la ley de las ministras de Sanidad, tan lustrosas ellas, tan europeas que hasta Europa se les queda pequeña y más parece una ley de la América profunda de Bush y Swarzennegger, de los que lo mismo te prohiben el tabaco y la sal que te legalizan el consumo doméstico de armas nucleares.
Pues así, aquí y allá, toda la semana hablando de lo mismo y con la sensación de que todo el mundo está cabreado con la ley menos los que apenas van a los bares y sin saber muy bien quien juzga y quien condena a los fumadores insolentes, sin saber qué deben hacer los hosteleros en cada caso, o si por ejempleo qiuen tenga servicio doméstico en su hogar podrá fumar en su propia casa.
Y así día tras día con la sensación de que el placer de prohibir es infinitamente más grande que el placer de convivir; que una ley prohibitiva se hace en un pis pas y una ley de convivencia lleva un poco más de tiempo. Saben ustedes que me carteo con Harald de Noruega, (aunque él no lo sepa), el rey de aquel país con el que se topó el presidente cántabro Revilla en un váter durante la boda de Felipe y Leticia. Yo le suelo contar las cosas inexplicables que suceden en este país tan improvisador y así sorprendo la mentalidad milimétrica y organizada que como todo el mundo sabe define a noruegos, suecos, o finlandeses. A él, me consta, le gusta este gusto nuestro por la diferencia, ese puntito de desesperación hispánica que consiste en dejar de hacer mañana lo que puedes dejar de hacer hoy. Forma parte de nuestro ADN, como las tabernas de nuestro ocio, de igual modo que nadie concibe a Humphrey Bogart sin una pitillo humeantre bajo su caída de ojos. Por cierto, ¿prohibe la ley antitabaco la exhibición de las películas de Bogart?
Todo puede empeorar, no obstante. Aún falta la ley vasca que para hacerse notar será más rigurosa que la española. Si no ¿pá qué? Y más tarde sera la prohibición de que los gordos visiten las playas de la zona vip de nuestro turisteo. Harald, ya ves, no se si recomendarte que visites nuestro país porque no vas a notar la diferencia. Nunca he entendido el europeismo como el uniformismo europeo. Siempre he pensado que debía ser distinto visitar Praga que Atenas o Bilbao y no solo por los monumentos que les adornan sino por las distintas maneras de vivir. Pero prohibiendo somos todos iguales, igual de sosos, igual de lacios.
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