Alarma
La palabra alarma me recuerda a José-Miguel Ullán. Tantas cosas me recuerdan a Ullán. Pero esa palabra, alarma, hubiera hecho sus delicias. Porque en ella hay de todo, y no había nadie mejor que él para descomponer las palabras.
Ahí está la palabra, y no es exactamente poética. Cubre un trozo oscuro de España ahora mismo y tiene que ver con la palabra control, que es una palabra tremenda. Controlar entró en el diccionario cheli de Umbral, de Ramoncín y de Tierno como sinónimo de estar al loro, que era cheli también. Ahora nadie dice controlar o estar al loro; esas expresiones caen en desuso porque vienen otras, y los académicos están como árbitros de tenis, mirando a los lados a ver cómo van y vienen las palabras, como pelotas.
La palabra control entró como un obús hace menos de un año en la vida nacional porque los controladores se soliviantaron. No se descontrolaron, realmente; controlaron la situación, vieron que tenían poder para parar el tráfico y lo pararon. Entonces el Gobierno sufrió el descontrol, porque lo estaban sufriendo los ciudadanos, y ensayó el palo y la zanahoria de manera más dura que lo que era habitual. Cuando los controladores se movían los Gobiernos se asustaban, y antes de que el movimiento acabara con el tráfico aéreo, ya tenían estos profesionales cubiertas sus reivindicaciones.
Lo molesto de estos vaivenes era que esas urgencias coincidían con grandes movimientos nacionales: la gente sentía la necesidad de tomar aviones, y los aviones tienen una llave, la del control aéreo, que está en manos de muy pocos. Era muy fatigoso, y fue muy fatigoso el último episodio. Estuve en algunas tertulias con representantes de los controladores durante ese escarceo, y la verdad es que no me parecieron, ni mucho menos, unos monstruos. Al contrario, me resultó gente simpática, muy locuaz, con una idea fija en la cabeza: estaban maltratados. Ahora bien, delante estaban los usuarios de los aviones, que estaban siendo muy maltratados.
Lo que ha pasado ahora ha sido alarmante; es probable que tenga razón el PP y no sea tan alarmante. Pero si uno se fija en lo que pasó, si uno ve las imágenes (por ejemplo, las imágenes de un excelente programa de La Uno, Comando actualidad) que quedaron del asunto tiene que colegir que alarma no es una palabra poética ni burocrática: alarma es sinónimo de una ciudadanía asustada por lo que unos pocos pueden hacer con el poder de esa llave que guardan como oro en paño. Los controladores se hicieron fuertes, e hicieron que el Estado se tambaleara. Aquí no vale decir lo que creía Ganivet que sucedía cuando los de abajo se movían, que los de arriba se tambaleaban. Porque los controladores no son los de abajo, o actúan como si no lo fueran. Más bien, y no solo en sentido figurado, son los de arriba.
No hacía falta que saliera en el BOE la declaración de estado de alarma. Es que la alarma estaba en la calle. ¿Y qué hace un Estado ante una situación alarmante? Pues lo que hizo. ¿Qué otra cosa iba a hacer, escribir un poema, o copiar un poema de Ullán? No: dictó el estado de alarma, para que la gente pudiera circular de un lado al otro, leyendo, quizá, libros del gran poeta en los aviones que se mueven como palabras.
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