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Columna
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Belgas

David Trueba

La televisión pública catalana suele mostrarse muy atenta a cualquier movimiento en aquellos países que considera espejos de su situación particular. Escocia, Canadá o la propia Bélgica, a la que ha dedicado el último 30 minuts, añaden un poco de luz a las situaciones de los nacionalismos de la península. Es una actitud sana, porque desde tiempos inmemoriales la ciencia oftalmológica nos alecciona sobre lo fácil que es ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.

En Bélgica, desde las pasadas elecciones federales en junio, los partidos más votados son incapaces de formar Gobierno, convirtiendo por comparación al fallecido tripartito en una trinidad bien avenida y engrasada. El partido más votado, para sorpresa de los propios votantes, que no reflejan en las encuestas un mayoritario sentido secesionista, fue el INVA. Defiende intereses de los flamencos, frente al supuesto acoso de la francofonía. La lengua, como es habitual, es madre de todos los enfrentamientos. El programa mostraba a flamencos tapando la porción de las señales de tráfico que corresponde al francés. También el surgimiento de bibliotecas privadas en lengua francesa para saltarse la exigencia en territorio flamenco de que el 75% de sus fondos sean en neerlandés.

En esta maraña de cálculo, sentimentalismo, burocracia y cartografía con calzador, faltaba la irrupción del verdadero poder. La agencia de medición de riesgos Standard & Poor's ha anunciado que, de seguir sin formar un Gobierno estable, revisará a la baja la calificación sobre la deuda belga. La calificación de la deuda para un país es como si le destiñeran el color de la bandera. Quizá el verdadero poder de las calculadoras monetarias será capaz de poner orden en el país que contiene a Bruselas, capital política de la Unión. Bajo el mandato de marcas de tasación y medición de riesgos, con sus golpes de autoridad y correctivos financieros, los europeos buscan en las exacerbaciones nacionalistas, en el regionalismo protector, todo el calor que echan de menos por la mediocridad de sus líderes y grandes países. Puede que Merkel y Sarkozy mejoren sus encuestas locales mientras terminan de deshilachar las costuras europeas. Lo peor es que Standard & Poor's o Moody's no se presentan a las elecciones. Sería más honesto.

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