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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Richard Holbrooke, el arte para negociar con el mal en diplomacia

Fue el enviado del Gobierno de EE UU en los Balcanes, Pakistán y Afganistán

Ramón Lobo

Ser Richard Holbrooke debió de ser un trabajo difícil. Sentarse a negociar delante de él, una tortura. La sufrieron algunos de los personajes más siniestros de la reciente historia de los Balcanes, como los difuntos Slobodan Milosevic (Serbia) y Franjo Tudjman (Croacia), impulsores de la guerra, el odio, la limpieza étnica y sorprendentes arquitectos de la paz arrancada en los Acuerdos de Dayton, de los que hoy precisamente se cumplen 15 años. Así es la política internacional, un lugar de escasa memoria en la que los intereses siempre están por encima de los valores. Richard Holbrooke murió en la madrugada de ayer en Washington, a los 69 años, a causa de un desgarro en la aorta. Holbrooke, nacido en Nueva York el 24 de abril de 1941, comenzó a trabajar en los servicios diplomáticos poco después de licenciarse en la Universidad de Brown, en 1962.

Trabajó con los cuatro presidentes demócratas, de Kennedy a Obama
No dudaba en elevar la voz, en gritar y amenazar a su contrario

La última responsabilidad de este veterano de las relaciones internacionales, como enviado especial a Afganistán y Pakistán designado por el presidente Barack Obama, superaba en dificultad y peligros al de Bosnia-Herzegovina, un conflicto local después de todo y sin armas nucleares. A un lado del escenario, un tipo sonriente, bien vestido con su capa chic, un excelente inglés y pocas ideas en la cabeza que cree gobernar en Kabul; al otro, un presidente civil sin mucho mando y unos militares de colmillo retorcido que saludan con una mano y con la otra ayudan a los talibanes. Entre ambos, una pléyade de insurgencias, señores de la guerra, narcotraficantes y asesinos que ni siquiera dan la cara. A diferencia de Bosnia, los verdaderos actores del conflicto Af-Pak no salen en televisión.

Holbrooke navegó bien en ese mundo de hijos de... Le apodaban el Buldozer, la Apisonadora. Admirado por muchos y odiado por más, el hombre que trabajó con los cuatro presidentes demócratas (John Kennedy, Jimmy Carter, Bill Clinton y Barack Obama) tenía una personalidad abrasiva, apabullante. A menudo le bastaba la mirada, esos ojos azul-hielo, y la voz, dura, seria, sin rugosidades, para situar el orden del día: yo mando, tú escuchas.

Cuando no funcionaba la mera presencia, la intimidación de ser el procónsul de la nueva Roma en visita a las provincias imperiales, no dudaba en elevar la voz, en gritar y amenazar a su contrario. Obseso por la información, exigía a los colaboradores conocer hasta el más mínimo detalle de su adversario. Todo era material para la guerra dialéctica y la negociación. Son célebres sus broncas con Hamid Karzai tras el desastre de las elecciones presidenciales de agosto de 2009 en las que el fraude masivo y visible (ese fue el problema, la visibilidad) resultó un golpe mortal a la política que EE UU trataba de edificar. Sin líderes creíbles, o al menos que lo parezcan, es imposible la victoria militar.

Holbrooke era un diplomático muy poco diplomático. Con el cargo de enviado especial debajo del brazo llegó a Afganistán como un elefante en una cacharrería. No se ganó las simpatías de Karzai; tampoco las del general Stanley McChrystal, otro tipo duro, directo, de fuerte personalidad y ego crecido ni las del embajador Karl W. Eikenberry, a quien debió ningunear y que después llamó a Hillary Clinton para quejarse del trato recibido. McChrystal definió a Holbrooke en sus conversaciones con la revista Rolling Stone, las que le costaron el cargo, como un peligroso animal herido que teme ser destituido.

Sentarse a negociar con hijos de... debe de ser una experiencia que deja huellas. Para sentarse a negociar con hijos de... hay que ser un poco como ellos: implacable. Slobodan Milosevic fue uno de los mayores de los últimos años. Inteligente, manipulador, gélido y sin más sentimientos que el amor devoto hacia su esposa, Mirjana Markovic. Holbrooke no logró detener la guerra durante más de tres años en los que se movió por los Balcanes. Aunque nunca fue un actor más de los muchos que llegaban a Belgrado, se reunían con Milosevic y después blandían como éxito promesas que solo servían para un buen titular y que nunca llegaban a cumplirse. No buscaba los titulares ni los focos, lo suyo era la partida de póquer, el duelo directo, el cara a cara y con las manos firmes encima de la mesa.

En el verano de 1995, cuando la OTAN, es decir EE UU, se cansó de mirar la carnicería y empezó a bombardear posiciones serbias en Bosnia, los serbobosnios capturaron a varios observado-res militares de la ONU y los maniataron a puentes e instalaciones estratégicas. Holbrooke, que estaba en Budapest por razones personales, recomendó a Washington decir a Milosevic: tienes 48 horas para soltarlos o bombardearemos Pale, el cuartel general de Radovan Karadzic. En Washington quedaron desconcertados con la propuesta. Holbrooke, para disipar dudas, añadió: "Hablo completamente en serio y ahora os dejo, que me voy a casar".

Richard Holbrooke, en junio de 2009,  tras visitar un campo de desplazados en Pakistán.
Richard Holbrooke, en junio de 2009, tras visitar un campo de desplazados en Pakistán.REUTERS

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