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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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Cuadros de honor y deshonor

Lluís Bassets

No hay política sin estadísticas. Un país sin estadísticas es un país sin gobierno y sin política. No hay política económica y monetaria sin buenas estadísticas; y cuando son malas, como lo han sido las de la economía griega hasta enero pasado, ya se ve el pantano en que se mete la política económica y monetaria, e incluso la propia moneda.

En la abundancia de estadísticas, cada vez más mundializadas, asoma el ansia por gobernar el planeta. Tenemos buenas y abundantes de la economía de todos los países y continentes, que alcanzan las economías informales o grises e incluso las negras y directamente delincuentes del terrorismo, el narcotráfico y las mafias. Pero el afán del señor Mundo por conocerse a sí mismo nos lleva a registrar minuciosamente las cuentas en muchos otros campos de la actividad humana, algunos altamente significativos, en forma de clasificaciones, rankings y barómetros de toda especie.

Llevamos anualmente las cuentas tenebrosas de las ejecuciones judiciales, en las que, por cierto, el país que va en cabeza desde hace muchos años, China, con números de cuatro cifras, se niega a proporcionar los datos o a facilitar su recolección por parte de organismos o instituciones internacionales. Llevamos también cuentas de los periodistas asesinados y muertos en misión profesional, encabezada por Pakistán (9), México (8) e Irak (6), aunque en un periodo más largo, los últimos siete años, este país ha sido el mayor moridero del oficio desde la Segunda Guerra Mundial (230). Tenemos cuentas y clasificaciones para todo, de lo bueno y de lo malo: los países que más limitan la libertad de expresión, los más corruptos, las mejores universidades, los que tienen más millonarios y los que tienen más pobres, de las enfermedades y de las patentes, de los kilómetros de carreteras y de los divorcios matrimoniales.

Esta semana nos llegan los resultados de dos exámenes, el de la educación que realiza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y el de la corrupción que ha fabricado la ONG Transparencia Internacional, con una inquietante coincidencia: el continente asiático, ahora epicentro del poder mundial, se lleva la palma en ambos capítulos, el del honor y el del deshonor. En cuanto a excelencia educativa, los jóvenes estudiantes de la región de Shanghái han demostrado que son los mejores del mundo en lectura, matemáticas y ciencias; mientras que Afganistán es el país que se sitúa en lo más alto de la corrupción, con India y China a la zaga en el cuarto y quinto puestos. En la mediocre Europa, en cambio, poco mejora la educación y algo empeora la corrupción, sobre todo debido a la crisis, especialmente focalizada en los partidos políticos. Las cifras no mienten: los europeos no estamos de moda ni para lo bueno ni para lo malo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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