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OPINIÓN
Columna
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Entre actores y literatos

Mientras que Alain Delon brilla con luz propia en la entrevista de televisión de Frédéric Taddéi, el novelista Régis Jauffret es puesto en la picota por la familia del personaje que inspiró su última obra

Alain Delon en el programa de Frédéric Taddéi. ¿Qué siente uno cuando las imágenes de sí mismo lo preceden hasta ese punto? ¿Cómo se vive cuando una parte de sí, y no la menos importante, ha quedado prisionera de algunas de las grandes obras de la historia del cine? ¿Quién habla cuando dice "yo"? ¿Quién es ese "otro" que "es" su "yo", y del que es anfitrión y rehén al mismo tiempo? ¿Es un fantasma o un ser de carne y hueso? ¿Un espectro definitivo o provisional? ¿Quién viene con él cuando llega hasta nosotros? ¿Exorcizado o aún embrujado? ¿Actor entre los actores o linterna mágica que deja desfilar, como sombras rápidas y pálidas, los papeles de su vida? ¿Es realmente Tancredo o ese maravilloso compañero que apareció dos horas antes en un café parisino para celebrar el aniversario de La Règle du Jeu? ¿Y cómo lo hace? ¿Cómo hizo para estar aquí, entre nosotros, bromeando con Xavier Beauvois, departiendo con Milan Kundera y Christine Angot, conmocionado por el destino de una joven iraní condenada a la lapidación -cuya causa era el leitmotiv de nuestra velada-, y allá, mucho más lejos, en algún punto entre el Velódromo de Invierno, Rimini y Cuernavaca, ocupado en arbitrar, en silencio, el ballet de los personajes a los que entregó un poco de sí mismo y que, de hecho, vivirán más que él? Ese es el misterio Delon. Esa es la paradoja que arrastra y encarna en su cúspide. Y esa fue la proeza -sí- de la larga entrevista televisada que le hizo Frédéric Taddéi: derribar por un momento los muros del museo imaginario, romper el círculo sagrado que han levantado esa vida y esa obra a su alrededor, para dejar aparecer al que ya conocen sus verdaderos y poco numerosos amigos: un gran señor feudal perdido en un mundo democrático, de acuerdo; un hombre que solo puede ser él mismo siendo plenamente sus otros yoes, por supuesto; pero un hombre vivo, al mismo tiempo; un hombre joven y vivo, abierto a todas las curiosidades, voluptuosidades y felicidades de este mundo; un calavera que, ni siquiera cuando dialogan en su interior el Gatopardo y el señor Klein, el Samurái y el asesino del Maurice Ronet de La piscina, ni siquiera cuando lo creemos en afectuosa o acalorada conversación con Lino Ventura, Luchino Visconti o Jean Gabin, sus pares, los que se fueron dejándolo sin consuelo, ni siquiera entonces se deja engullir por su propia memoria ni liquidar por sus quimeras. Uno piensa en un Pessoa de cine gobernando (como el otro) al pueblo de sus heterónimos. O en un Moscarda de Pirandello que, en plena soberanía y sin desintegrarse, tampoco él, en la nada de su transparencia innombrable, hubiera aprendido a ser el "uno, ninguno y cien mil" que da título a la novela. Uno piensa en una Greta Garbo que no hubiera tenido necesidad de desaparecer para habitar su propia leyenda y seguir viviendo al tiempo que la hace existir. Delon tiene esa suerte. Y esa fuerza.

Delon es un señor feudal perdido en un mundo democrático. Un hombre joven y abierto a todas las curiosidades
Que no le hagan pagar a un escritor las sandeces de quienes confunden amarillismo y periodismo

Visita de Régis Jauffret, cuya penúltima novela, Severa, libremente inspirada en el trágico fin de Edouard Stern, el banquero asesinado en 2005 en circunstancias aún parcialmente enigmáticas, acaba de ser objeto, seis meses después de su publicación, de una demanda por "violación de la vida privada". ¡Ah, las familias y su extraña -por decirlo suavemente- relación con la literatura...! Ese reflejo de guardián del templo, cada vez que un novelista pretende meter el dedo en su nido de víboras y secretos... En este caso, es ridículo, pues ya habían aparecido otros libros sobre el caso Stern. De hecho, habían aparecido documentos sórdidos, realmente nauseabundos, que se presentaban como expresión de la verdad, cuando a menudo no eran sino el resultado de una investigación chapucera o apresurada. Pero, que yo sepa, sus autores no tuvieron problemas. De ninguno se dijo que atentara contra la memoria del difunto. En ningún otro caso se pidió esa pena capital que es, para un libro, su retirada de las librerías. Pero he aquí que un verdadero novelista se apropia de la historia. He aquí que el ganador del premio Femina 2005, y como tantos otros antes que él (el Truman Capote de A sangre fría, el Stendhal del caso Berthet, aquel suceso de 1827 que diera origen a Rojo y negro), decide inspirarse en ella y, sin pretensiones de "exactitud", sin engañar al lector sobre la naturaleza de su empresa ni sobre su voluntad de ficción, la convierte en un espejo de su sociedad y de su época. Y zas: es a él a quien la familia, ignorante de lo que la perjudica, decide poner en la picota; es él quien tiene que hacer frente, solo, a ese arsenal de chicanas que existe desde que existe la literatura moderna y el escritor intenta satisfacer lo que Kafka llamaba "el salario del diablo". Pregunta. ¿Por qué la mentira-verdadera literaria asusta más que las verdaderas mentiras de los libros sensacionalistas? ¿La ficción, que el trabajo chapucero? ¿El punto de vista distanciado del novelista, que el voyeurismo de esas supuestas "investigaciones"? ¿Y por qué es la mirada del artista lo que plantea problemas y no la fetidez de los saqueadores de tumbas que, apenas unos meses después del crimen, se precipitaban a publicar los "trasfondos del caso Stern", y a quienes -repito- nadie puso el más mínimo pero? Imagino el dolor de los allegados a la víctima. Concibo la insoportable dificultad, para la esposa, para los hijos, de recibir como herencia ese otro paquete de recuerdos, esa memoria en la que todo el mundo entra como Pedro por su casa. Pero, por caridad, que no se equivoquen de blanco. Que no le hagan pagar a un escritor las sandeces de quienes confunden amarillismo y periodismo. Así no repararían el crimen. Cometerían otro. Este, contra el intelecto.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

Alain Delon saluda a la audencia, en la fase previa del  certamen de belleza Miss Francia 2011, celebrada en Caen, el 4 de diciembre de 2010.
Alain Delon saluda a la audencia, en la fase previa del certamen de belleza Miss Francia 2011, celebrada en Caen, el 4 de diciembre de 2010.AFP

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