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Columna
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Los malos al cielo, los héroes al subsuelo

¿Puede la solución ser tan mala como el problema? No hay nada más que ver el descontrol de los controladores aéreos, que le echaron la llave al cielo de España y le dinamitaron el puente a medio millón de ciudadanos y después recordar el modo en que el Gobierno les ha cortado las alas, para darse cuenta de que sí. La mayor parte de la gente está contenta, dentro de lo que cabe, de que se haya aplastado la prepotencia de esa gente que lleva años cegada por la avaricia y segura de su poder, pero en opinión de algunos, el resultado de esa batalla es dos perdedores. A Juan Urbano y a mí, que sufrimos la soberbia de esos profesionales que se comportan como atracadores de bancos, es decir, tomando rehenes para llevarse el dinero, porque nos pilló su estampida en Barajas y a punto de ir a Santander, no nos gusta nada de lo que ha ocurrido. Nada es una palabra sin trastienda, que no admite matices.

La imagen de los aeropuertos tomados por los militares a algunos nos trae ecos inquietantes

Sobre los controladores, la verdad es que a estas alturas lo que nos preocupa no es que se fuesen de sus puestos, sino que vuelvan, porque produce pánico pensar que el espacio aéreo del país esté en manos de personas que pueden llegar a un nivel de irresponsabilidad como ese y dejarse llevar por arrebatos de esa magnitud. Con respecto al Gobierno, tampoco es muy agradable que solucionara el problema con mano de hierro envuelta en leyes de seda, decretando el estado de alarma y llenando las torres de control de coroneles. Qué le vamos a hacer, cada país tiene la historia que tiene, y en este la imagen de los aeropuertos tomados por los militares a algunos nos trae ecos inquietantes. Y, en general, nos deja una pregunta clavada como una espina: en España hay mucha gente que gana lo mismo o más que los controladores, banqueros, directivos de grandes compañías o deportistas, por poner los tres primeros ejemplos que se nos ocurren. ¿Los van a movilizar a todos si no se bajan el sueldo?

La realidad sin embargo, está hecha de paradojas, y casi al mismo tiempo que los controladores le metían un palo en la rueda al país y le hacían un daño de cientos de millones de euros a los viajeros, a la industria turística y a las compañías aéreas, en un lugar mucho menos aparente que cualquier aeropuerto, en la estación del metro de la Puerta del Ángel, un joven policía de 30 años, que lleva tres meses en su puesto, se jugaba la vida para salvar la de un hombre que acababa de caer a las vías y estaba a punto de morir arrollado por el tren. El héroe, además de su hazaña, le dio una respuesta maravillosa a los controladores aéreos que se habían marchado de sus torres de marfil, por ejemplo, en Barajas y en Torrejón de Ardoz: donde ellos exhibían, antes que nada, un desprecio absoluto por su oficio, él dignificaba el suyo; mientras los que cobran 15 veces más despreciaban a cientos de miles de personas, el que cobra en un año menos que los otros en un mes, se la jugaba por una sola; mientras los primeros usaban la deontología para encenderse un pitillo, el segundo demostraba un sentido del deber emocionante.

Tal vez esa parábola sea lo mejor que nos han dejado a todos estos días de presuntas vacaciones. Los malos ennegrecen el cielo y los héroes brillan en el subsuelo.

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