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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Esto no monta / esto sí

Marcos Ordóñez

1 Esto no monta. Tras encadenar un rosario de éxitos (Mamet, Labute, Ravenhill) en apenas cuatro años, Julio Manrique ha debutado (óptima elección) como director artístico del Romea, demostrando (ay) que con excelentes mimbres no siempre sale una buena silla. Gran texto (El jardín de los cerezos), buena versión (Mamet, traducido al catalán por Cristina Genebat) y un notable cuarteto actoral: David Selvas (Lopakhin), Ferrán Rañé (Gaev), Cristina Genebat (Varya) y Oriol Vila (Trofimov): naturales, poderosos, siempre en el tono; es un placer verles y escucharles. (Hay, quizás, un leve miscasting en Selvas: por mucho que afecte maneras campesinas, siempre tendrá aire principesco). En su punto, Norbert Ibero (Psihkin), cada día mejor actor, y Xavier Ricart (Yasha). ¿Qué sucede, entonces? Sucede que falta emoción en la impostada Liubov de Montse Guallar, que a cada escena "intensa" adopta la misma pose de madona sacrificial. Y hay interpretaciones excesivas: de hiperactividad niñata (Mireia Aixalà / Anya), de panfilismo (Gemma Briò / Dunyasha), de doñacroquetismo (Sandra Monclús / Charlotta), de patosismo (Norbert Martínez / Yephikodov). A la hora de la suma, Chéjov se le escapa a Manrique de las manos. Apunto algunas causas posibles. A) Sobredosis de acciones: resulta agotador (y falsísimo) que todos tengan que estar haciendo algo constantemente como si el suelo estuviera electrificado. Bien está luchar contra el cliché de la lánguida alma rusa, pero Chéjov no es Labiche. B) Sobredosis de velocidad: tres cuartas de lo mismo. No por hablar más rápido la acción resulta más viva, sino todo lo contrario. C) Sobredosis de música. Y además pésimamente colocada: como si un niño bitongo pusiera una y otra vez el tocadiscos a todo volumen porque no le hacen caso, interrumpiendo las conversaciones de los mayores. Muy bonitas versiones de Leonard Cohen, pero no hacían falta tantas. D) Escenografía desconcertante (Lluc Castells) con luces tenebrosas (Jaume Ventura): no sabemos si el minicerezo que parece un magnolio y provoca el agachamiento general es un gag deliberado o involuntario. Ídem, la negritud exterior que deglute la frase "¡qué hermosa puesta de sol!". La función cae en barrena durante el interminable acto de la fiesta: se diría, por su rotundo desparrame, un homenaje de Julio Manrique a Calixto Bieito, su antecesor en el cargo. Remonte (tardío) en tres escenas dirigidas como Antón Chéjov (o Stanislavski) mandan: los sucesivos estallidos de Selvas (alegría, rabia, culpa) tras comprar el cerezal; la frustrada petición de mano; la soledad de Liubov y Gaev en su desolado cuarto de juegos. Bajonazo final: el monólogo de Firs (Enric Serra), con niñito fantasma incorporado (Marc Aguilar), no hay por dónde cogerlo. Se aplaude que un teatro (semi)privado afronte un clásico con 13 actores, pero quizás un empeño de esa envergadura hubiera requerido una semana más de ensayos.

Joel Joan, que compone un Denny de antología, rebosante de fiereza y locura: algo así como ver a un joven James Caan con el bigotazo de Al Lettieri

2 Esto sí. Dos polis de Chicago, amigos desde la infancia, acaban enfrentados y a ambos lados de la ley. Denny, italoamericano, casado, con hijos. Racista, violento, corrupto, pero con corazón de oro: un ángel turbio a las puertas del infierno. Joey, irlandés, solitario, alcohólico, secretamente enamorado de la mujer de Denny: a ratos es su hermano pequeño y a ratos ha de protegerle de sí mismo. Cuando Walter Lorenz, un macarra vengativo, ataca a la familia de Denny desencadena la peste: bajo una lluvia bíblica, el bad lieutenant (que nunca atrapará la anhelada placa de detective) va a cruzar todas las líneas imaginables. De acuerdo, esta historia nos suena: nos la han contado, con todas las variantes posibles, Dennis Leehane o James Gray, para citar tan sólo dos cumbres del género. Lo que importa aquí, sin embargo, es su fuerza dramática y la energía rabiosa de sus intérpretes. Estructurada en diálogos (en pasado) y una alternancia de monólogos y declaraciones ante un invisible comité de Asuntos Internos (en presente), A Steady Rain se estrenó en el Broadhurst Theater en 2009, con un dúo cinematográficamente estelar (Daniel Craig y Hugh Jackman) que convirtió el montaje en un río de oro. Su autor, Keith Huff, cuenta en su haber con media docena de obras y, joya de su corona, la doble tarea de coproductor y guionista de la tercera temporada de Mad Men. A un año de su estreno en Broadway, la barcelonesa sala Villarroel que dirige Carol López se ha apuntado un tanto de envergadura encargando su producción a un equipo de lujo comandado por Pau Miró. En óptima versión de Ernest Riera, Pluja constant está protagonizada por Joel Joan, que compone un Denny de antología, rebosante de fiereza y locura: algo así como ver a un joven James Caan con el bigotazo de Al Lettieri. Pere Ponce es un Joey contenido, amargo, con un punto Steve Buscemi: al principio parece un mero sparring (a veces literal) de su compañero, pero poco a poco el actor nos va mostrando la rabia, el temor y el anhelo de supervivencia de su personaje. El espacio de Sebastià Brosa (una mezcla de callejón umbrío, garaje solitario, despacho policial y sala de interrogatorios) y la iluminación de Albert Faura crean una espléndida atmósfera de cine negro. El texto atrapa y avanza con fluidez, pero contiene, para mi gusto, una cierta sobredosis de tragedia y de acontecimientos, como si Huff hubiera condensado toda una temporada televisiva en apenas hora cuarenta. Pese a su brevedad, el espectáculo se hace un poco largo. Hay una muy firme dirección de Pau Miró, pero creo que a la función le convendría más sequedad y menos ópera: más El príncipe de la ciudad que Mystic River, para entendernos. Dentro del gran nivel de las interpretaciones, me sobran algunos clichés de "polis de peli". Concretando: pienso que Pluja constant, que va a ser uno de los incuestionables éxitos de la cartelera barcelonesa, incrementaría su rotunda pegada si Miró suprimiera el tiroteo del principio, que roza el tono paródico de The Good Guys, así como la innecesaria (por redundante) escena de "amistad masculina" en el bar, canción incluida.

L'hort dels cirerers, de Antón Chéjov. Dirección de Julio Manrique. Adaptación de David Mamet. Traducción de Cristina Genebat. Teatro Romea. Barcelona. Hasta el 9 de enero de 2011. www.teatreromea.com. Pluja constant, de Keith Huff. Traducción de Ernest Riera. Dirección de Pau Miró. La Villarroel. Barcelona. Hasta el 9 de enero de 2011. www.lavillarroel.cat.

Pere Ponce (izquierda) y Joel Joan, en una escena de <i>Pluja constant,</i> de Keith Huff, dirigida por Pau Miró.
Pere Ponce (izquierda) y Joel Joan, en una escena de Pluja constant, de Keith Huff, dirigida por Pau Miró.Ninstudio

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