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Narrativa

Ser menos que nada

En el Preludio musical de la novela -verano de 2004- una mujer cuyo nombre ignoramos toma el sol en una playa de Long Island y evoca sin compasión ni rencor su existencia de pianista fracasada en la planta baja de un edificio de diez pisos en un suburbio de París: un vertedero social, nos dice, compuesto de náufragos y desarraigados culturales. Sin demorarse en ellos, nos revela que tuvo un marido y dos hijas a los que abandonó. Su mirada sigue los movimientos de otra mujer en biquini negro entre las tumbonas y el océano. El viento dispersa un puñado de fotos de ésta y le ayuda a recogerlas. En medio de ellas hay la de un vagón de tren lleno de cadáveres y la foto de un hombre y una niña. En el ángulo inferior de la última una fecha: 11/03/04.

Mujeres que dicen adiós con la mano

Diego Doncel

DVD Ediciones. Barcelona, 2010

208 páginas. 14 euros

La Primera Parte de la obra nos traslada a la banlieue parisiense, en las proximidades de un polígono industrial, compuesto de "barrios difusos, desconectados, con fachadas sin pintar que siempre miran a un nudo de carreteras"; y lleva una fecha: otoño 2005. Es la de la famosa revuelta de las barriadas, protagonizada por los jóvenes inmigrantes magrebíes y africanos: quema de automóviles y contenedores, rotura de escaparates, pillaje de grandes almacenes, cargas brutales de la policía. Y en medio del ruido y la furia un niño de origen ruso, Ilia, a quien la narradora anónima sacó del Centro de Menores del barrio para acogerlo en su piso no obstante los malos informes administrativos sobre sus amores femeninos incompatibles con su futura adopción. Las escenas de violencia indiscriminada de los jóvenes, para quienes es una forma de identidad y orgullo frente a la exclusión de que son objeto, vistas desde el prisma de la narradora, son de una gran justeza y nitidez: son obra de una "gente pobre, de esos que llevan media vida en suelo francés y aún no son considerados ciudadanos de este país, de esos cuyos hijos aún luchaban por un trabajo digno pero cuyos nietos han ignorado ese paradigma y sólo reconocen como actos de dignidad social la violencia y la mística de las bandas".

La narradora e Ilia se refugian en el piso de Anne, "la pianista fracasada" del Preludio. La interpretación de Mozart y de las últimas sonatas de Beethoven fascinan al niño. La música del viejo sordo -tan audaz e incomprendida como lo fue la pintura del otro Gran Sordo- nos es descrita con singular belleza y sensibilidad. Pero la anarquía y represión de los disturbios arrecian y la dirección del Centro de Menores decide recuperar a Ilia con el pretexto de que las inclinaciones sexuales de la narradora perturbarán a la larga su vida. El mediador social magrebí le anuncia la decisión pero, instigada por Anne, en vez de entregar el niño, emprende con ambos una huida descabellada a través de controles policiales y resplandores de incendios. El relato de la fuga imposible, el choque con un autobús tras saltarse un retén de la gendarmería, la agonía de Anne y la divulgación posterior por la prensa de su historial de "ladrona de niños" conducen al lector al fértil territorio de la duda. ¿Quién es Anne? A la pregunta del juez de instrucción de si es su madre, la narradora dice que sí, aunque a continuación añada "que no puede asegurar que cuanto dice es cierto". La autodescrita como "mujer anónima que raptó a un niño" acompaña a Anne en la Unidad de Cuidados Intensivos y, con su destreza en diseminar las pistas del relato, Diego Doncel deja caer de pasada que el policía que la custodia le cuenta que han detenido en Madrid a una amiga de aquella.

La Segunda Parte de la novela (Madrid, otoño 2005) se inicia muy cervantinamente con la siguiente frase: "Me llamo Teresa (aunque no podría jurar que ese sea mi verdadero nombre), tengo cuarenta y nueve años, y soy experta en oír el ruido de los trenes". La narradora vive en una casita en la linde de las vías del ferrocarril y nos dice que raptó a un niño dos días antes en un centro comercial y que piensa abandonarlo antes de habituarse a su compañía: "Desde aquel 11 de marzo en que mataron a mi marido y a mi hija, no quiero acostumbrarme a nadie". El recuerdo obsesivo de lo acaecido le lleva a buscar a la niña colombiana con las piernas acribilladas con metralla cuya foto apareció en toda la prensa el día siguiente del atentado y cuyos padres perecieron en el tren. El rapto de la chiquilla en un jardín público, la evocación de su huida de España tras el 11-M y de su encuentro con la pianista francesa en la playa de Long Island son descritos de forma fragmentaria e indirecta. Pero no quiero referir al lector el argumento de la novela: lo esencial no está en él sino en la forma en que nos es narrado y en la expresión literaria de una serie de vidas destrozadas por la miseria, la violencia ciega, la transformación del credo religioso en una ideología en la que el terror ocupa el lugar de Dios. Una delicada luz de piedad envuelve la vida de los personajes que han sufrido en su carne las secuelas del horror. El engranaje creado por éste no tiene fin. Como dice una de las protagonistas del libro, "lo perdí todo y fui nada, pero ahora soy menos que nada".

Incidentes en París en noviembre de 2005.
Incidentes en París en noviembre de 2005.Reuters/Franck Prevel

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