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Crítica:CANCIÓN | Lichis
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Triquiñuelas de un crápula de pura cepa

Tal vez el de anoche podría haber sido el tan largamente anunciado renacimiento de Miguel Ángel Hernando, Lichis para la historia del ingenio con una guitarra entre las manos. O tal vez sean las ganas de escribirlo y sostenerlo como verdad irrefutable. De momento habrá que seguir obrando con cautela, tal vez porque Lichis sigue obsesionado en no tomarse ni un poco en serio a sí mismo. Puede ser opción estética, puesto que un bandarra vocacional como él, animal de ocurrencias intempestivas y bares a deshoras, no parece el mejor candidato para las solemnidades. Pero quizás también subyazca un cierto miedo al paso adelante, a demostrar que los antiguos hallazgos de poética suburbial conocen prolongación en tiempo futuro.

A ratos resultaba encantador; a ratos, sencillamente, desastrado

Son ya unos cuantos años de relativos tumbos por parte del hombre que manejaba los engranajes de La Cabra Mecánica, este barcelonés guasón y disoluto que nos mantiene a rigurosa dieta de material nuevo desde aquel Hotel Lichis rubricado cinco temporadas atrás. Parece que el formato caprino expide su definitiva acta de defunción el próximo día 30, una vez más en funciones de teloneros de Fito y los Fitipaldis. Pero Hernando sigue amagando sin acabar de golpear, y su comparecencia de ayer en la Sala Clamores -entregada a la causa de antemano- fue otro buen ejemplo de ese carácter suyo, tan caótico y disoluto. A ratos resultaba encantador; a ratos, sencillamente, desastrado.

Fíjense en ese tipo de camisa desabotonada que enseña pecholobo hasta medio torso. Lichis actuó con la sola compañía de su íntimo Fernando Polaino, trasunto del Krahe joven que comparte con su jefe la afición por el tintorro y el tabaco enriquecido. Entre los dos organizaron un festín tan desinhibido como errático, que intercalaba interpretaciones espontáneas y solos ruinosos ("¡vaya, no me acuerdo!"), amplificadores que no furrulan y porretes a medias con los seguidores de las primeras mesas. Mejor quedarse con que Felicidad parecía ungida por Manu Chao, o con ese El malo de la película que se sabía el local en pleno.

A Miguel Ángel le encanta provocar, y en ese contexto divierten sus alusiones a la orgía culé del lunes o la dedicatoria de Carne de canción, con el dedo corazón bien enhiesto y el resto de la mano encogida: "Al pato Lucas y sus nuevos amiguitos". Pero su laxitud es tan holgada que los parlamentos con Polaino resultan mucho menos desternillantes de lo que pretenden. Entre riojas y volutas de humo aspiran a evocar a Faemino y Cansado; casi siempre se quedan, sin embargo, en el escalafón de los hermanos Calatrava.

El turbio aroma a morería ya lo contaminaba todo a la media hora de concierto, como un veneno dulzón que marea y estimula incluso desde la perspectiva del fumador pasivo.

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Lichis entornaba sus ojitos achispados para alternar el ventilador rumbero (La uña de la rumba) con pop desinhibido (Mi única riqueza) y hasta una versión de Johnny Cash. Pero a estas alturas ya nos conocemos las triquiñuelas de nuestro amigo, un crápula de pura cepa que, vaya mala pata, se nos volvió perezoso.

Miguel Ángel Hernando, anoche.
Miguel Ángel Hernando, anoche.CLAUDIO ÁLVAREZ

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