Cuando el heavy hace gracia
El primer asesinato ocurrió al poco de comenzar, en el tema cuatro, Wicked young man. Alice Cooper agarró un bastón fino y alargado de metal y se lo clavó en el pecho a un tipo con una capucha. Se presenciarían muchos más momentos luctuosos. Sin ir más lejos, en la siguiente canción, Ballad of Dwight fry. Una guillotina en el escenario, dos verdugos que arrastran al reo. Este se agita con los movimientos espasmódicos que le deja una camisa de fuerza. Esta vez es Alice Cooper el que la va a palmar. El afilado metal se eleva, y ¡zas!, la cabeza del cantante rueda por la tarima. Los ojos de los espectadores verían un puñado de muertes más, del mismo Cooper, que caía y resucitaba a los tres segundos. Un fiera.
Anoche pasó por el Palacio Vistalegre el Teatro de la muerte, como denomina el estadounidense a sus conciertos. No asistió mucha gente. O una lectura más positiva: la organización calculó mal y llevó el concierto a un recinto con capacidad para 10.000 espectadores cuando solo acudieron unos 3.000. Hubiesen reventado La Riviera. Toda la zona de grada estaba vacía, cubierta por unos telones blancos que no casaban nada con el espectáculo de estética fúnebre que se desarrollaba en el escenario. Entre los asistentes había mezclas curiosas: ¿qué concierto puede reunir a Alaska, a Medina Azahara y a Los Suaves? Solo este: lo bastante petardo para ella y lo suficiente rockero para ellos.
La verdad es que es difícil aburrirse en un recital de este hombre, que exhibe en el rostro tantas arrugas como Keith Richards. Aunque no sientas especial simpatía por lo que está interpretando, ver a un tipo de 62 años cantando en una silla de ruedas y con una camisa de fuerza es, cuanto menos, gracioso. Todo tiene un aire a fiesta de Halloween inocente y, sí, a ratos infantil (¿truco o trato?).
A veces te olvidabas que debajo de todo ese ketchup sangriento existen buenas canciones. Sus temas más añejos (School's out, No more Mr. Nice, I'm eighteen) sonaron todavía poderosos. Cooper se acompaña de una banda de músicos mucho más jóvenes que él, que se saben todas las posturitas de rockeros duros. Y cuela. Mención aparte para la enfermera (en realidad es la hija del propio Alice), que levanta pasiones entre el público masculino (mayoría) con sus exhibiciones sexys. Hubo un momento bastante hilarante: cuando la chica salió al escenario con una inmensa jeringuilla y acabó, a pinchazos, con la vida de su padre. Al rato ya estaba otra vez en pie el protagonista.
En los bises, Cooper, pirotécnico convencido, cantó Elected con una gran bandera de España en la mano. Y cerró el ameno concierto (no llegó a la hora y media) en plan sándwich, como lo había abierto, con School's out. Del sonido de Vistalegre, la vida sigue igual: horroroso.
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