Tres traductores en busca de un autor
Lograr que la música de un libro suene igual en el original y en su traducción es como trasladar el líquido de un recipiente a otro con cucharitas de café. El tapete siempre acaba mojado. Aunque quizá ahí esté la gracia. Más, si se trata de un autor que utiliza giros locales de cinco regiones distintas de habla hispana y combina sus jergas y requiebros a cada momento. Los traductores de Roberto Bolaño al inglés, francés y alemán tuvieron que pelear con eso. "Hay pérdidas inevitables, pero hay que ser un inventor, tomar muchas decisiones. En Alemania, por ejemplo, no hay un léxico tan abundante para los asuntos sexuales como en castellano. Pero hay que entender la música paralela al lenguaje", señala Heinrich von Berenberg. Robert Amutio, su homólogo francés, le mira sentado a su lado en una salita de la Casa de América y se ríe: "Bueno, en mi idioma no tengo precisamente problemas con la riqueza del lenguaje en las cuestiones sexuales".
"No es un novelista fácil, no es Isabel Allende", dice su traductor francés
Pese al exitoso desafío que atravesaron sus traductores, al final, queda una cierta asunción de daños. "Para mí no tiene solución. Se puede dar más fuerza a la voz que pronuncia los localismos, caracterizar más la voz de quien habla. Pero para un lector francés no existe diferencia entre esos giros regionales y no puedo utilizar la jerga de Marsella o del norte de Francia, sería absurdo. No tengo opciones para dar el equivalente exacto", admite Amutio. Pese a todo, sostiene el alemán, "no se pierde tanto, porque Roberto no es un autor con una sintaxis difícil o rebuscada". El porcentaje de obra derramada por el camino es distinto en cada caso. "Sí, pero siempre es reconocible. Cuando leí por primera vez la traducción que hizo Natasha Wimmer siempre tuve la sensación de que leía a Bolaño", concede Chris Andrews respecto a su predecesora.
Cuando este australiano empezó a moldear al chileno al inglés ya había una relativa bolañomanía en EE UU. Pero nada comparado con la fiebre que se desataría poco después en un país que consume solo alrededor de un 3% de literatura traducida y que desde García Márquez, Borges o últimamente Vargas Llosa, no había experimentado una comunión de esa potencia con un autor latinoamericano. "Y es extraño, porque no es un autor fácil, no es Isabel Allende. Después de esos grandes escritores, ¿quién leía a los suramericanos?", señala Amutio mientras su compañero de Sidney asiente con la cabeza. "Es complicado analizar ese furor. No hay una explicación única, al margen de que es un escritor excepcional. Aunque sí hubo detalles como que Susan Sontag antes de morir leyese Nocturno de Chile y lo ensalzara", recuerda Andrews.
Y luego, principalmente a raíz de la publicación de 2666, se construyó el mito en EE UU. Una leyenda, relativamente infundada, con cierto regusto a autor maldito. "Quizá fue porque murió a los 50 años, o por su juventud errante. Pero ya se está dejando atrás eso. Fue sobre todo al principio", opina Andrews. Para el traductor alemán, en cambio, tiene que ver con que "EE UU es un país de drogadictos, y eso de fumar marihuana toda la noche interesa mucho". Pero nunca tuvo ese velo oscuro en Alemania o en Francia, donde su traductor cree, con cierto sarcasmo, que "lo que llamaba la atención es que fuera un escritor latinoamericano que se dedicaba a la literatura, que no fuera diplomático, ni agregado cultural".
Von Berenberg y Amutio pudieron conocer en vida al escritor a quien dieron voz en otro idioma. Así que, ¿qué opinaría él de la repercusión que ha tenido en países de habla no hispana? ¿Contribuyó su muerte a la propagación de su obra y su leyenda? El australiano duda, el alemán mira al francés, que ensaya una respuesta como puede: "Bueno, no sabemos. Lo que es seguro es que ya no ha podido protestar. Porque conociéndole, no estoy muy seguro de que hubiera dejado prosperar así el mito. Seguro que se estaría riendo de todo esto".
Babelia
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