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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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Habrá que salir a buscarla

Soledad Gallego-Díaz

Los discursos del presidente de la Unión Europea, Herman van Rompuy, suelen estar llenos de líneas cortas. Pequeñas frases con abundante espacio en blanco. Posiblemente influye en su peculiar manera de redactar su gusto por los haikus, los poemas japoneses construidos con tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente. La cuestión es que, en general y por lo menos hasta ahora, han tenido poca intensidad y bastante poca repercusión en la opinión pública europea. Sin embargo, su última intervención el pasado 9 de noviembre en el Museo Pergamon, de Berlín, en el aniversario de la caída del Muro, merece una lectura más cuidadosa.

Con pocas sílabas, el amable Van Rompuy fue, repentinamente, helador: Europa está muerta de miedo, dijo, pero no es tanto la responsabilidad de la mayoría de sus actuales dirigentes (dispuestos a tomar medidas que seguramente les costarán las elecciones), sino de la sociedad en su conjunto. Y ese miedo se está traduciendo cada día más en un nacionalismo que no tiene nada que ver con el orgullo de la identidad propia, sino con el sentimiento de aprensión, de recelo hacia los otros, "enemigos", dentro y fuera de nuestras fronteras, que empieza a calar en muchos países de la Unión Europea. "Este sentimiento que se extiende por Europa no es mayoritario, pero está en todos los lados", advirtió Van Rompuy. Si no se ataja, ese miedo creará precisamente lo que trata de evitar: destrucción de prosperidad.

El amable presidente de la UE fue helador: Europa está muerta de miedo. Eso se traduce cada vez más en nacionalismo

El euroescepticismo tan de moda en estos días, la creencia de que algunos países podrían atajar mejor la crisis fuera de la UE y del euro, no es una ilusión, según Van Rompuy. "Es una mentira". Seguramente tiene razón, pero es una mentira que está, sin ninguna duda, extendiéndose por la UE y abriendo agujeros en la confianza de los ciudadanos. Si la crisis se hace aún más intensa y esos agujeros se agrandan, los populismos aumentarán. "Si el euro cae, cae Europa", aseguró Van Rompuy.

El euro es el símbolo más visible y palpable del proceso de unión europea: quizá nació en un momento complicado y quizá no se le dio el alimento indicado para su fortalecimiento. Todo el mundo sabía que ocurriría si se producía una crisis antes de crear los instrumentos para la gobernanza económica, el impacto formidable y asimétrico que tendría en algunos de los países miembros, el coste brutal que caería sobre los ciudadanos de esos países. Pero la cuestión es que ahora ya está ahí y que, con todos sus problemas, es la herramienta más poderosa de que dispone Europa para hacerse oír y respetar.

La historia enseña que todo lo que puede ir mal, irá mal si no se ponen las medidas para evitarlo. Nada sale bien confiando en la suerte, el sentido común, propio o ajeno, en las fuerzas de la naturaleza o las fuerzas del mercado. Si no se ponen las medidas para crear una auténtica gobernanza económica europea (sin la que la unidad monetaria es simplemente imposible), si los mecanismos ya diseñados para afrontar de manera permanente la crisis y la estabilidad financiera de la zona euro no arraigan y funcionan con fluidez y rapidez, no servirá de mucho hablar de "valores europeos" o de "virtudes cívicas europeas".

Y sin embargo, esos valores y esas virtudes cívicas existen, mantienen su audacia y su utilidad, y son la auténtica raíz de una convivencia pacífica y democrática: el imperio de la ley, el bien común, el respeto a los derechos individuales, son los valores sobre los que se ha creado la Unión Europea y su tarjeta de visita en el escenario internacional. Si la UE terminara cayendo, si Europa cae, es un decir, habrá que salir a buscarla. Y será un proceso muy triste y costoso.

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