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Columna
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Terciopelo

Nada bueno se puede esperar de un hombre que reza sobre un reclinatorio de terciopelo. Ya lo advirtió Leonardo Sciascia, que sabía un rato de meapilas y mafias. Que en su Sicilia trató y retrató a prestamistas usureros de los que dirigen el rosario, se duchan con agua bendita, llevan el palio dorado del Santísimo y caminan mirando al cielo, "como si los ojos fueran atraídos hacia lo alto a fuerza de calamidades".

Durante años he tenido sobre la mesa un recorte de prensa que ahora, cuando más falta me hace, no logro encontrar. Pero en mi memoria queda indeleble aquella foto de no sé qué acto (¿religioso?, ¿civil?, es difícil distinguir, que aquí todo se mezcla), una imagen amueblada con tres rotundos y fastuosos reclinatorios. Uno estaba ocupado por cierto uniformado anónimo (autoridad militar, por supuesto) y los otros por sendos representantes y gobernantes del pueblo valenciano: Ferrari Camps y Juan Cotino. El presunto general ponía cara de estar allí obligado, en calidad de fuerza viva. Los capitostes de los brazos Popular y eclesiástico se mostraban circunspectos y reconcentrados, quién sabe si haciendo cuentas o entonando el yo pecador. La instantánea fue tomada y publicada antes del Gürtel y de las giras pontificias, aunque los archivos gráficos se han seguido nutriendo de muchos momentos similares porque lo que es a inciensos e hisopazos oficiales no hay país, reino o región que nos gane. Así, quedan registrados cientos de instantes beatíficos y procesionales, ofrendas, ritos confesionales incrustados en actos civiles, abrazos a apóstoles, misas (¡hasta en Nueva York!) sonrisas untosas, genuflexiones y besamanos o besa-anillos... En muchos de esos planos también aparece Federico Trillo, otro personaje electo, de siempre muy persignado y a menudo arisco y marimandón, ese que ahora factura millonadas por defenderse a sí mismo. Lo cierto es que estamos (hemos estado, estaremos) en manos de hombres transidos, que en todo momento parece que acaban de comulgar. Por eso no se entiende cómo puede reprocharnos laicismo rabioso un Papa que sigue confundiendo feligresía con ciudadanía y que se encuentra tan a gustito rodeado de principesco oropel, como demuestra la recuperación para su escudo de una tiara imperial de tres niveles rebosante de piedras preciosas (toma ya, la boina del Pescador).

Como no es urgente la Ley de Libertad Religiosa, alcaldes de grandes capitales se encomiendan a la Virgen, nuestros niños y niñas siguen estudiando en colegios cuajados de crucifijos, y en primavera hay ceniza sobre sus frentes y flores para María.

Dios nos guarde de esos ojos que parecen reclamados por el cielo, y de estos políticos que simulan estar recién bajados del retablo del altar. Desconfiad de las iglesias y sus jerarcas cuando ofrecen al pueblo duros bancos allá al fondo, separados del amo que se ancla en reclinatorios mullidos. Y por supuesto, huid de los poderosos que solo saben rezar acariciados por suave y suntuoso terciopelo.

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