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Columna
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Dos pájaros de un tiro

Si Mariano Rajoy hubiera conseguido imponer su estrategia y hubiera conseguido que el grupo parlamentario de CiU no votara positivamente la convalidación del Real Decreto-ley mediante el cual se adoptaron las medidas de ajuste aprobadas por el Gobierno o si hubiera conseguido que los grupos parlamentarios de PNV y Coalición Canaria no pactaran con el Gobierno el proyecto de ley de los Presupuestos Generales del Estado, las Cortes habrían sido disueltas y en los últimos días de octubre o en estos primeros de noviembre se habrían celebrado las elecciones generales. No estaríamos, en consecuencia, hablando de encuestas, sino de resultados electorales.

El fracaso de esta estrategia del PP es, posiblemente, el acontecimiento más decisivo de esta segunda mitad de la legislatura y no es de descartar que, en el futuro, una vez agotada la legislatura y celebradas las nuevas elecciones, sea considerado como el más importante de toda ella.

Si se hubieran celebrado las elecciones este otoño, no cabe duda de cuál hubiera sido el resultado. Un PSOE, que no hubiera tenido tiempo de cambiar de cartel electoral y que habría tenido que competir con José Luis Rodríguez Zapatero como candidato a presidente del Gobierno, prácticamente no habría podido competir. Habría concurrido pero no competido por la victoria. En estas condiciones, el PP tendría casi asegurada la mayoría absoluta.

Lo que había en juego era mucho. Tanto que el PP, a pesar de que las encuestas indicaban que los ciudadanos no querían elecciones anticipadas, no dudó en poner en marcha la operación tendente a conseguirlas, aunque ello pusiera en riesgo la solvencia internacional de España. También el PSOE se jugaba mucho, aunque en este caso contaba con la ventaja de que su posición podía justificarse no en términos exclusivamente partidistas, como la del PP, sino en términos que coincidían con el interés general del país. Pero de nada le habría valido esto último, si la estrategia del PP hubiera salido adelante.

Con esta estrategia se mataban, además, dos pájaros de un tiro, ya que no era solamente el resultado de las elecciones generales el que se predeterminaba, sino que se predecidía también el de las elecciones andaluzas, superando de esta manera el mayor obstáculo que ha tenido el PP para consolidarse como partido de Gobierno en España.

No fue así y ahora estamos en otro momento, en el que el enfrentamiento político en lo que queda de legislatura y el futuro enfrentamiento electoral se va a producir en unos términos, que no sabemos cuáles van a ser, pero que intuimos muy distintos a los que se preveían no hace tanto. Lo único que casi puede darse por seguro de lo que arrojan las encuestas, es que José Luis Rodríguez Zapatero no podrá ser el candidato socialista y que, en consecuencia, no será el PSOE el que competirá con un candidato quemado, mientras que el PP o compite con Mariano Rajoy, que no está menos quemado que el presidente, o se tendría que meter en un proceso interno de elección de candidato, que es algo en lo que no tiene experiencia.

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El PSOE ha ganado tiempo y en política esto es sumamente importante. Ha salvado una primera bola de partido en España y en Andalucía y ahora está en condiciones de hacer los ajustes que estime pertinentes a fin de, no solamente concurrir a las próximas elecciones, sino de competir con la voluntad de ganar. Parece que está ello, aunque hasta que no se celebren las elecciones no sabremos si lo han conseguido. Veremos qué ocurre. Pero, en todo caso, el panorama ya no es el mismo y da toda la impresión de que hay partido y que el resultado no está predeterminado.

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