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LLAMADA EN ESPERA
Columna
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Ultramar Uno / Metrópolis Cero

Estrella de Diego

¿Cuáles eran los gustos filosóficos de Simón Bolívar? ¿En qué momento empiezan las revueltas por la independencia de América Latina y dónde? ¿Qué se conoce como la Gran Colombia? ¿Cuándo se establece la Academia de Bellas Artes en México y por qué influye en el proceso de independencia? ¿Cambia en algún momento en esa área geográfica el papel de la Iglesia y qué consecuencias tiene en la iconografía local? Si no somos capaces de contestar al menos tres de estas cinco preguntas básicas, el diagnóstico podría ser claro: no sabemos mucho de la historia y la historia del arte en España, aunque todas las cuestiones planteadas formen parte del relato de América Latina. O, más bien, precisamente por eso: porque son parte del relato de América Latina, terminan por convertirse en un capítulo esencial en la historia de nuestro país.

Pese a este hecho, meridiano, es obvio el desconocimiento que nuestra cultura ha tenido durante décadas hacia los acontecimientos americanos y hasta la resistencia a reconocer esos vínculos, una relación disfuncional que ha fluctuado entre cierta negación y un ardor patriótico trasnochado de "rutas imperiales" y sueños colonialistas desde una "madre patria" maltrecha hacia los "países hermanos", sueños fuera de lugar como cada detalle de nuestra historia en un siglo XX encallado en lo pretérito. Quizás la misma disfuncionalidad histórica española sea la que ha propiciado la aceptación tardía de estas extraordinarias herencias culturales -las que se dejan y las que se traen, por cierto-, epitomizadas por algo que tiene poco de banal: una lengua y una cultura compartidas además, y como nadie pondría en tela de juicio a estas alturas, en una maniobra globalizante avant la lettre.

Se puede comprobar en la magnífica exposición que se acaba de inaugurar en el Palacio Real y el Museo del Prado comisariada por el gran experto en Velázquez Jonathan Brown. Pintura de los Reinos. Identidades compartidas en el mundo hispánico -de título revelador- invita a reflexionar sobre un asunto que ha pasado desapercibido durante demasiados años: lo fundamental y, sobre todo, lo excitante, en la pintura colonial es tanto lo que la une a la producción metropolitana como lo que la separa de la misma, dejando al descubierto además la circulación tempranísima de las culturas. La citada muestra, excelente y rigurosa como lo es siempre el trabajo del profesor Brown, ha evidenciado un asunto determinante: por fin parece haber llegado el momento de "aceptar" y apreciar esta propuesta pictórica, durante años relegada a un segundo lugar en España, pese a las excelentes colecciones del país como la de pintura colonial del Museo de América en Madrid.

Está claro que América Latina nos enseña a mirar(nos) de un modo más vivo, más elocuente y hasta más locuaz a poco que decidamos dejar que ocurra. Y nos devuelve esa mirada lúcida e incisiva, a veces irónica, que tienen quienes miran del otro lado del Atlántico. Así me enseñó a mirar mi querida amiga Virginia Pérez-Ratton, teórica, comisaria, activista cultural que luchó por dar su espacio a Costa Rica, a veces obviado incluso en pleno auge de lo Latinoamericano, quizás porque hay "periferias" dentro de las "periferias". Desde la institución creada y dirigida por ella, Teorética, un lugar de encuentro internacional en San José, Vicky nos iluminó a todos con esa inteligencia algo socarrona que todos, los latinoamericanos, los latinoamericanistas y los expertos en arte actual, sobre todo sus amigos, vamos a echar tanto de menos ahora que se ha marchado irremisible. Aunque estuvo ahí hasta el último momento en las llamadas y los mails y la voy a recordar en Montevideo, curioseando antigüedades, inteligente y viva.

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