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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crimen y error

El secuestro por Al Qaeda de decenas de fieles cristianos provoca una matanza en Bagdad

Medio centenar de muertos es el estremecedor balance de la última acción perpetrada por la rama iraquí de Al Qaeda. Tras atacar la sede de la Bolsa en Bagdad, un grupo armado tomó como rehenes a los fieles de la iglesia de Sayida An Nayá que se disponían a asistir a una celebración religiosa. Las víctimas se produjeron durante el tiroteo desencadenado al intervenir el ejército iraquí, apoyado por unidades estadounidenses. Hay víctimas entre los asaltantes, las fuerzas de seguridad y los fieles, algunos de ellos niños de corta edad.

No es la primera vez en que los cristianos de Irak son atacados ni tampoco en que Al Qaeda toma como objetivo la iglesia de Sayida An Nayá. En la alucinada representación de la realidad como una lucha del Islam contra la Cristiandad bajo la que operan los terroristas, los cristianos y sus templos se han convertido en una diana fácil. Al golpearla, creen estar castigando a los países occidentales que su fantasía criminal caracteriza como miembros de una cruzada, de los que esperan una reacción sectaria en nombre de la religión. Pero antes que cristianos, las víctimas de sus acciones son hombres, mujeres y niños a los que inmolan en el delirio con el que pretenden justificar sus crímenes. La repugnancia que provocan nada tiene que ver con la pertenencia a un credo, sino con el rechazo de cualquier programa político que considere legítimo hacer de la vida ajena un instrumento para alcanzar sus fines.

En esta ocasión, Al Qaeda pretendía usar a los rehenes como moneda de cambio para lograr la liberación de algunos de sus presos en Irak y en Egipto. Que los terroristas estén incorporando cada vez más este método execrable a sus formas de actuación significa que la respuesta de la justicia ordinaria está haciendo mella entre sus filas, al menos tanta, si no más, que la estrategia de declararles la guerra, adoptada tras los atentados del 11 de septiembre. Recurrir al secuestro de inocentes no es lo que hace un ejército en combate, sino una banda de asesinos preocupada por su supervivencia, sea cual sea el número de sus miembros y el armamento que maneje.

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El giro táctico de Al Qaeda, que deja palmariamente al descubierto su naturaleza terrorista, obliga a quienes la combaten a extremar el acierto en sus respuestas. La que llevó a cabo el ejército iraquí, apoyada por unidades estadounidenses, no puede ser convalidada en nombre del maniqueísmo subyacente a la idea de que contra Al Qaeda todo vale. Un secuestro no puede ser resuelto desentendiéndose de la suerte de los rehenes, salvo que se suscriba el mismo desprecio por la vida del que hacen gala los terroristas. La conjunción del acto criminal de Al Qaeda y del error del ejército iraquí ha dejado medio centenar de muertos, entre ellos un elevado número de rehenes. Un balance que Al Qaeda no ha dejado de celebrar en su siniestro comunicado.

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