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Columna
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Un día raro

Alguien dijo que los días raros son muchos, mientras que los días buenos son raros. Al PSOE andaluz le ha durado poco la alegría en la Casa del Pueblo. Llevaban varios días buenos y de pronto se dieron de bruces con un día raro. El número dos del Partido Socialista, Rafael Velasco, presentó su dimisión como diputado en el Parlamento autonómico, donde dejaba de estar, y puso a disposición del partido su cargo de vicesecretario general, donde primero iba a seguir sin seguir y al día siguiente ya no seguía. Estas cosas tienen los días raros, que las dimisiones durante ese día suelen ser raras también.

La verdad es que la mayoría de las dimisiones son siempre muy raras, por insólitas y por poco frecuentes. Los políticos no saben dimitir. En la provincia de Málaga tenemos al menos un alcalde que antes de dimitir es capaz de volver a ganar unas elecciones. Y eso que se ha gastado todo el dinero de la campaña electoral en la fianza que le permitirá presentarse. Antes de la de Velasco, las dimisiones de políticos en Andalucía en los últimos años se podían contar con los dedos meñiques de una mano. En España, a un dirigente o lo echa su partido o lo inhabilita la justicia, y como en la mayoría de los casos no ocurre nunca lo primero, las direcciones políticas han dejado la renovación interna en manos de los jueces. Por eso, los amigos que son más que amigos no hay que tenerlos en las direcciones ni en las ejecutivas sino instalados en los despachos de la judicatura.

Los partidos políticos están tan poco acostumbrados a que alguien de los suyos dimita que la primera reacción es de sorpresa. Velasco llegó a la sede regional del PSOE en Sevilla con dos dimisiones y salió con una. Hubo que esperar 24 horas para que le aceptaran la otra. Dos dimisiones a la vez son muchas para un mismo día, aunque ese día fuera un día raro. El dirigente socialista decidió irse alegando razones estrictamente personales. Harto, decía, de la "campaña de difamación, de injurias y calumnias" por la actividad profesional de su esposa, responsable de una empresa dedicada a cursos de formación a desempleados que recibió ayudas de la Junta en los últimos cuatro años de casi 730.000 euros. Hasta los servicios jurídicos de la Mesa del Parlamento dicen que todo es legal y que no había incompatibilidad alguna. Y no voy a ser yo el que ponga en duda que lo sea, pero deberá admitir el afectado que si la mujer del César además de serlo tiene que parecerlo, imagínense el César.

Velasco prefirió actuar como el César, en una decisión que es siempre personal e intransferible. Los excesos de apoyo una vez dimitido sobraban. Sus explicaciones personales también. Su renuncia no da munición alguna al PP. Los populares lo único que deberían sacar de esta polémica son conclusiones. Cualquier día la vara de medir a los demás, que nunca mide a los suyos, se les acabará rompiendo. Como la política es tan rara como algunos días raros, la renuncia de Velasco se produjo el mismo día que, del sumario del caso Gürtel, salían nuevas grabaciones que revelan que a los concursos del Gobierno valenciano se accedía a través del hermano de algún miembro del ejecutivo. Pero, ya ven, en el Partido Popular los parentescos, lejos de ser un obstáculo, son un modelo de gestión. La alcurnia y el linaje siempre han estado muy bien vistos en los partidos de derecha.

La política en España está como los días raros, esos en los que más que amanecer atardece. Los políticos se pasan la vida felicitándose por lo obvio y dignificando lo normal, para luego justificar lo injustificable. Todo debería ser mucho más lógico. A los cargos públicos les eligen, otras veces no. Algunos cesan, otros dimiten. A veces aciertan, otras se equivocan. Incluso hay algunos que cuando se equivocan dimiten. Aunque hay demasiados que no. No hay heroicidad alguna en hacer las cosas bien, pero debería condenarse el hacerlas mal.

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