Promesas
"Menos realidades y más promesas". Esta consigna, fruto del talento, y de la desesperación, de una militante sindical peronista durante la crisis del corralito argentino, expresa admirablemente el estado de ánimo de un sector de la izquierda española, europea, y me atrevería a decir que hasta universal, en los tiempos que corren. Las realidades ya las conocemos, y es más, las llevamos a cuestas como una cruz inmerecida y pesadísima, grabada a fuego con la férrea receta de la resignación. El remedio es peor que la enfermedad. El jarabe de la conformidad, más amargo que los recortes presupuestarios.
Prefiero las promesas. Prefiero palabras hermosas y calientes, fórmulas de una imaginación sorprendente, el eco rotundo de unas pocas voces que se atrevan a decir que no, que lo digan muy alto y muy claro, no, solo eso, no, ya no, hasta aquí hemos llegado. Prefiero la rabia, la audacia, la fiebre, incluso la torpeza de la inexperiencia, a la docilidad domesticada de algunos expertos. En momentos de extrema penuria moral, las promesas son valiosas en sí mismas, aunque solo sea porque su dulzura representa el único antídoto eficaz contra el veneno del pragmatismo.
Por si hay alguien ahí, con ganas y con fuerzas para inventar respuestas nuevas, capaces de desconcertar a los autores de esas preguntas que han cambiado para que todo siga igual, le pido, por favor, que sea valiente. No lo tendrá fácil. Le llamarán torpe, ingenuo, tontorrón, desinformado, irresponsable, amateur, demagogo y cosas peores. Pero si aguanta el tirón, si no se arruga y se atreve a decir que no, a combatir la resignación, a hacer promesas, yo le votaré mucho antes que al candidato de cualquier izquierda realista, de esas que mastican el pienso de la conformidad mientras embisten con mansedumbre en el capote del enemigo. Y estoy segura de que no soy la única.
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