Después
Parece que "eso" se acaba. Lleva tiempo pareciéndolo, quizá desde el 11-M de 2004, en un largo proceso que ha tenido que vencer resistencias y revisar viejas estrategias, pero todo parece indicar que "eso" llega a su fin, por larga que nos pueda resultar aún la espera hasta su final apagamiento, su derrota definitiva. "Eso", naturalmente, me remite a un hecho objetivo, el final de ETA, y no es casual que haya recurrido a ese pronombre y no a otro, "esto", al que daré entrada a continuación. Y es que, aun cuando "eso" se acabe, "esto" no se va a acabar tan fácilmente. Después de que "eso" se acabe, aún nos quedará "esto", y voy a tratar ahora de establecer la diferencia entre lo uno y lo otro.
La definitiva desaparición de ETA marcará un hecho objetivo. Desaparecerá algo que nos es ajeno a la mayoría de la población vasca, "eso" de lo que no hemos formado parte, "eso" que ha sido nuestro enemigo, haya sido mayor o menor el grado de conciencia que hayamos tenido de esa enemistad evidente. Pero "eso" que no me implica a mí, ni tampoco seguramente a usted, estimado lector, es en realidad parte de un "esto" que eso mismo ha ido supurando y que es inclusivo. "Esto" sí me implica a mí y me afecta, y también a usted, lo quiera o no reconocer. Tras el hecho objetivo, vendrá el hecho subjetivo, y es a ese después al que tendremos que ir enfrentándonos.
Es una creencia común la de que la desaparición de ETA va a suponer un alivio para la sociedad vasca, un punto de partida para un futuro lleno de ilusión. Y va a ser así, sin duda; en primer e importantísimo lugar porque desaparecerá el terror, el terror ideológico y político que se ejerce sobre ella. Pero desde ese alivio nos vamos a tener que enfrentar al abismo de lo vivido. El final de ETA, ese hecho objetivo, no va a suponer un punto cero, como si el mero hecho de acabar pagara todos los platos rotos y expiara ya por sí una historia desdichada. Hay heridas profundas, de años de dolor y desprecio. Es el dolor de las víctimas, que aun cuando puedan estar dispuestas a perdonar, no creo que estén dispuestas a soportar ningún nuevo escarnio, como pueda ser la entronización heroica de sus verdugos. Pero también los verdugos, y quienes los han apoyado, tendrán que enfrentarse a su abismo, abismo que no quedará anulado, no debe serlo, por su legitimación política. Su proyecto político ha de ser purgado del mal que ha causado, incluido su propio sufrimiento, lo que en su caso tiene una dimensión objetiva -el reconocimiento del daño- y subjetiva -y ahí será cada conciencia individual la que tenga que afrontarse a sí misma-.
Y usted, estimado lector, y yo, tendremos también nuestros particulares demonios: tal vez la cobardía, quizá la pusilanimidad, o el consentimiento, incluso cierta crueldad. O acaso sólo el desperdicio, el devastador saqueo que han supuesto para nuestras vidas estos años oscuros. "Esto" es lo que nos espera, y de esto sólo nos salvará la memoria.
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