La excepción francesa
Cuando Sarkozy llegó a la presidencia de la República en 2007, mucho se dijo sobre el final de la excepción francesa. El nuevo presidente iba a privatizar, desregular y flexibilizar. Un vendaval liberalizador desmocharía los intereses gremiales y corporativos. Con algunos años de retraso, se iba a aplicar al fin el programa conservador de la señora Thatcher al país no comunista más dirigista del mundo. Que se preparen los sindicatos y la izquierda, se decían unos y otros. Incluso en política exterior y en defensa, Francia iba a romper con De Gaulle, hasta convertirse en un aliado tan fiel de Washington como lo ha sido Londres en los últimos 30 años.
Casi nada o muy poco de todo esto ha sucedido. Al contrario, con la crisis financiera, Francia ha visto la oportunidad de reivindicar su sistema intervencionista y su querencia por las políticas de estímulo económico mediante masivas inversiones a cuenta del contribuyente. En vez de convertir su país en más capitalista, Sarkozy anunció sus propósitos de reformar el sistema. En Davos, en enero pasado, hizo gala de la vocación dirigista gubernamental. En todos los debates con Alemania para poner orden en la gobernanza económica del euro, París ha exhibido siempre, antes de Sarkozy sin crisis y con Sarkozy al borde del abismo, un afán controlador del Banco Central Europeo en el más viejo estilo colbertista, cuando la emisión de moneda era un mero privilegio del soberano.
De ahí que no produzca sorpresa alguna que una modesta reforma del sistema de pensiones propuesta por Sarkozy, tan radical o tan moderada como la que se habría visto obligado a proponer cualquier Gobierno, haya sido acogida con una cadena de huelgas dignas de Grecia o de los tiempos en que la clase obrera y la lucha de clases estaban en el orden del día y con una revuelta estudiantil en la más genuina tradición francesa inaugurada en mayo de 1968 y proseguida con pasmosa regularidad a lo largo de los años, principalmente frente a Gobiernos derechistas.
Sarkozy no solo no ha terminado con la excepción francesa, sino que la está completando con una presidencia acaparadora de protagonismos y de conflictos. Su actitud arrogante y desafiadora, escasamente coherente en cuanto a ideario político y económico, venía pidiendo a gritos un enfrentamiento a cara de perro en la calle, por un lado con los sindicatos, y por el otro con los estudiantes. Ya los tiene, y es muy probable que, para su felicidad, salga vencedor de estos dos desafíos entreverados que le plantean. Si consigue torcerles el brazo, es evidente que Sarkozy verá reforzado su bonapartismo y Francia su excepción, cosas ambas de difícil digestión incluso para quienes consideran imprescindible que el sistema de pensiones francés se adecue a las reformas que se están aplicando en toda Europa.
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