Teresa
Bueno, ya era hora de que los que contribuyeron a zaherirla con los peores argumentos de la canalla se dieran cuenta de lo buena que era Teresa Fernández de la Vega.
En este país se hacen demasiadas cosas por oposición. Como no les gusta Rubalcaba, pues qué buena era Teresa. Teresa Fernández de la Vega era como es aún antes de ser ex.
En realidad, aparte de disponer de una energía que no se sabe en qué huesos reside, Fernández de la Vega dotó al ejercicio público del servicio civil de una dignidad trascendente. Se ocupó, cuando otros tomaban el merecido sol del descanso, de los desterrados del universo; y eso no lo hizo representándose a sí misma, ni sembrando los granos vacíos de la demagogia; sabía que España tiene un déficit de compromiso con los desprotegidos, y se fue por esos mundos con la agilidad de una avioneta.
Le torcieron el pescuezo por una cuestión de ropajes, y con esa monserga han estado hasta ahora mismo, cuando han descubierto que ella es buena y que Rubalcaba es más malo que la quina o que Mourinho.
Había pensado dedicar esta columna posparto gubernamental de Zapatero a la conversación candorosa que mantuvieron el otro día en el Senado Dolores de Cospedal y Javier Arenas. Y no porque fuera una conversación arrastrada por los pelos desde los micrófonos indiscretos, sino por lo que contiene, por lo que supura. Dejemos un momento a Teresa y vayamos con Dolores. Se ve que esta está interesada en lo que le diga Arenas, y este le responde; recuerda mucho las conversaciones casuales que cualquiera puede tener cuando se produce un acontecimiento. Pero, claro, uno piensa que esta gente tiene información. Por eso no entiendo mucho que Cospedal, que está rodeada de dispositivos periodísticos muy afinados, subraye este rasgo de Rosa Aguilar, ministra nueva, como si lo acabara de descubrir en la Wikipedia: "Rosa Aguilar es la izquierda". Usando también la Wikipedia, el senador andaluz le espetó a su secretaria general: "Y Rosa también es muy buena parlamentaria". La mejor pregunta la hizo un senador que la gente no ha identificado y que a mí me parece que es un avispado cronista de toros. Dijo este: "O sea que: ¿es mejor Gobierno que el anterior?". Cospedal, otra vez: "En principio, sí", a lo que Arenas le puso un poquito de cal: "Bueno, no sé si mejor, pero [en] proyección pública, sí". Arenas suele repetir lo que dice, pero esta vez se lo ahorró Dolores, que, terminado Javier su parlamento, agregó: "Proyección pública, sí".
De eso iba a ir mi glosa, de esa conversación tan reveladora de cómo se fabrican las informaciones que los ejecutivos de la política reúnen para establecer sus reacciones ante sucesos así. Saben lo que cualquiera, lo cual reconforta. De eso quería hablar. Pero vi en la televisión la despedida de Teresa Fernández de la Vega, le escuché ese sollozo elegante que domina los ojos de los que se van, y finalmente percibí en ella un gesto leve de melancolía, como si de pronto el recuerdo de seis años fuera el recuerdo de seis décadas, o de seis siglos, o de seis vidas, y esa mirada desvaída concentró mi atención; estaba delante de la única declaración que no tiene palabras y era la mejor declaración que la ex portavoz hiciera nunca.
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