El amor de un flan escocés
- "¿Quién es la puta ahora, Wayne?" -Cartel exhibido en el campo esta semana por aficionados del Manchester United.
Estamos acostumbrados hasta el agotamiento a seguir los pormenores íntimos de los famosos en la prensa rosa española y en la amarilla inglesa. Pero esta semana hemos presenciado algo insólito: una historia de amor entre un hombre de 68 años y otro que hoy cumple 25, reputadas figuras del varonil fútbol inglés.
Le debemos este inusual placer a Alex Ferguson (el señor de 68), cuya angustia ante la ruptura de su relación con Wayne Rooney (el joven de 25) ha sido tal que, en la rueda de prensa más extraordinaria de su cuarto de siglo como entrenador del Manchester United, demostró al mundo una faceta insospechada de su personalidad. El Ferguson que conocemos es un ogro malhumorado que no duda en soltar insultos a los entrenadores rivales, a los árbitros, a los periodistas o al Real Madrid. A veces, eso sí, nos sorprende con una broma. Pero lo que no habíamos visto hasta el martes era la vulnerabilidad humana del cascarrabias escocés. La noticia del año -del siglo- en el fútbol inglés es que bajo la carcasa de hierro de Sir Alex late un flan.
Después de tanto sufrimiento, final feliz. Ferguson, generoso, y Rooney, contrito, se han dado una segunda oportunidad
Llevábamos un par de semanas con toda Inglaterra en vilo ante la posibilidad de que Wayne y su esposa Colleen se separaran (tras el lío entre el futbolista y una prostituta) cuando saltó el rumor de que el jugador más dotado de Inglaterra quería romper con el Manchester. Ferguson, en su histórica rueda de prensa, lo confirmó. "Su posición es inflexible", reveló. "Se quiere ir". El escocés estaba roto. Nunca se lo había visto tan desamparado, tan triste, tan tierno. "Fue un shock.... No me lo podía creer", confesó. Daba la impresión de que en cualquier momento brotaría una lágrima. "Fue terriblemente decepcionante".
Había tenido una conversación con el jugador, contó, en la que hizo un último intento de salvar la relación. Le recordó los buenos tiempos que habían pasado juntos, los grandes triunfos, "el increíble romance" (sí, usó esas precisas palabras) que habían vivido en el Manchester. Pero no había nada que hacer. "Se va... Estoy perplejo... No soy capaz de entender por qué", dijo Ferguson, al que no le quedaba más que reconocer el desgarrador reto que tenía por delante: "Intentar sobrellevar" el trauma. Pero al final, en el último suspiro de su declaración (no aceptó preguntas, el dolor era demasiado grande), Ferguson dejó caer una gota de esperanza. La traición había sido atroz y el corazón se le rompía, pero el amor había sido verdadero y la idea de abandonarlo para siempre, intolerable. "No puedo hacer más", concluyó, "pero todavía tengo la puerta abierta... ¿Quién sabe...?".
La prensa deportiva inglesa lo sabía muy bien. Era el final de una era. El Manchester United se había convertido en un club "vendedor", el poder y la gloria se traspasaban al Manchester City o al Chelsea, cuyos dueños, ambos absurdamente ricos, entrarían en subasta por Rooney en enero. El propio jugador concedió brutal validez a estas conclusiones en una declaración por escrito, el día después de la rueda de prensa de Ferguson, en la que explicó que se iba del Manchester porque el club carecía de ambición, porque había perdido "la habilidad de atraer a los mejores del mundo". Pero, como había hecho Ferguson, Rooney dejó colgando en el aire un atisbo de posibilidad de reconciliación. Ferguson, remató, "es único, y es un genio".
El día después, el jueves, se reunieron los dos, sin que lo supieran una veintena de fans del Manchester que esa noche fueron a la casa de Rooney, enmascarados, a advertirle que si se iba al City, el detestado club vecino, moriría. Pues no. Quizá lo crucifiquen, o quizá lo perdonen, la próxima vez que juegue en casa, pero el viernes Rooney anunció que había firmado un contrato de cinco años con el United. Ferguson y Rooney aparecieron ante las cámaras con sonrisas no del todo convincentes, algo forzadas -como suele ser el caso cuando las parejas famosas montan sus reconciliaciones públicas-, pero aparecieron. "Me ha pedido disculpas", reconoció Ferguson. "Quizá tome tiempo", replicó Rooney, "pero quiero intentar reconstruir esta relación".
Después de tanto sufrimiento, final feliz. Ferguson, generoso, y Rooney, contrito, se han dado aquel gran y noble regalo de amor, una segunda oportunidad.
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