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Crítica:ROCK
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

The Psychedelic Furs 'Ochenteros', sí (y a mucha honra)

Oh, la nostalgia: ese vicio irrefrenable de la condición humana que se acentúa cuando es la década de los ochenta la que se nos interpone en la memoria. En los últimos meses hemos asistido en esta ciudad a la resurrección de Spandau Ballet (cielo santo) o el canto del cisne de los noruegos A-Ha, con el que vertimos poquísimas lágrimas. Pero el de anoche constituía el reencuentro con Psychedelic Furs, banda atípica a la que se puede reivindicar sin que, esperemos, la condición de carcamal recaiga sobre los baqueteados hombros de quien lo suscriba.

Casi 500 personas acudieron anoche a la Sala Penélope para revivir la magia de aquella década iniciática que latía en discos (o casetes) como Talk talk talk o Mirror moves. Era un público de prevalencia otoñal en el kilometraje y recurrentes conflictos con el peine cada mañana. Pero se encontró frente a un sexteto correoso, enérgico y coherente, en el que el cantante Richard Butler conserva el tipo estilizado, la forma saltarina y esa sonrisa amplia de quien puede mirar a su pasado sin que le salgan ronchones.

Los ochenta fueron años para el exceso de ornato, los teclados rampantes y los álbumes sobreproducidos; y eso, por no hablar de la incipiente concienciación social de salón (tipo Bob Geldof) o la inaudita fauna política que gobernaba de aquella el globo terráqueo. En ese contexto, estas Pieles Psicodélicas constituían una sabrosa rareza. Anoche se encargaron de recordarnos que habían aprendido del punk, pero también de la Velvet Underground (y Andy Warhol), los primeros Roxy Music o el Bowie más tenebroso. Eran londinenses que apuntaban a los territorios de ultramar; tipos instruidos y con principios. Por eso triunfaron solo a medias.

Un padre con voz rugosa

Aunque ahora dedica los mejores esfuerzos a su carrera como pintor y las obligaciones paternofiliales, a Butler no se le ha olvidado cómo desenvolverse frente a un auditorio. Gesticulante pero no espasmódico, teatral en la justa medida, demostró que con los años ha sabido preservar el castigo de su voz rugosa, como si vertiera una generosa dosis de aguardiente en el frasco del colutorio. Le arropan el calor noctámbulo y voluptuoso del saxofonista Mars Williams, el encanto de esa teclista (Amanda Kramer) enmarañada en su inmensa cabellera rubia y la pegada de un batería acaso demasiado intervencionista.

Presentaron armas a las segundas de cambio con la mítica Pretty in pink, el tema que inspiró la película del mismo nombre, pero reservaron la artillería pesada para el tramo final. Así se sucedieron la inquietante Sister Europe, la excelente The ghost in you (lastrada esta vez por una afinación casi ramonciniana) y ese Heaven con el que no cabe más remedio que cantar y alzar los brazos al cielo. Hora y media sin parlamentos ni zarandajas, pero con la firmeza y contundencia de unos chavalines que los fines de semana se citaran en el garaje de papá con la manifiesta intención de reventar los amplificadores. Confirmado: hay dignidad en el rock cuando el carnet ya supera el medio siglo. Los Furs hacen bolos con alguna intermitencia, pero proclaman su condición ochentera sin complejos. De cuando éramos pánfilos e incautos. Y a mucha honra.

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Richard Butler, el cantante de Psychedelic Furs, en la actuación de anoche.
Richard Butler, el cantante de Psychedelic Furs, en la actuación de anoche.CARLOS ROSILLO

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