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Columna
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La eficacia chilena

Joaquín Estefanía

La eficacia con la que se ha desarrollado el rescate de los mineros de San José ha resultado notable. Todavía conteníamos la respiración para que la máquina salvadora no fallase cuando tan solo quedaba uno encerrado, a 600 metros bajo tierra. Y no falló. Que esa eficacia sea notable no significa que sea sorprendente.

Chile es uno de los países más modernizados de América Latina (AL), y ha tenido una destreza peculiar que no todos poseen: ha encadenado una racha de buenos gobernantes después de la dictadura de Pinochet, que han extendido su éxito por dos décadas. Los ciudadanos chilenos eligieron a Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet (los dos primeros democristianos, los dos últimos socialistas, todos de la Concertación, la coalición de partidos que nació con el objeto de oponerse al plebiscito que convocó Pinochet para perpetuarse), que dieron una continuidad básica a la política económica. La misma continuidad que parece seguir Sebastián Piñera, elegido presidente hace menos de un año y representante de la derecha democrática chilena. Esa peculiaridad explica también el éxito de Brasil, después de 16 años de ser dirigido por dos personajes de la categoría de Fernando Henrique Cardoso y Lula.

La política económica de Chile (y la de Brasil) encadena un largo periodo de continuidad. Queda la desigualdad

Piñera se encontró con una mala coyuntura. Tomó posesión en medio de los efectos de un terremoto que se ha considerado el quinto más fuerte de la historia mundial desde que es posible realizar mediciones, cuando además el país salía de un periodo recesivo: la economía chilena decreció en 2009 un 1,5%; justo cuando iniciaba su recuperación se produjo el desastre, que provocó un nuevo descenso de la producción. Sin embargo, en el año actual Chile prevé crecer por encima del 4%, en parte debido al plan de reconstrucción que aprobó el nuevo Gobierno.

Es muy sintomática la rápida recuperación chilena y la de la mayor parte de la región, que ha sido una de las zonas menos infectadas por la Gran Recesión mundial. Todavía el año pasado se combinaban una serie de factores que no invitaban al optimismo: caída del comercio, descenso de la inversión extranjera directa, disminución de las remesas de los inmigrantes, y notable bajada de los precios de los productos básicos de los que la zona es exportadora. Ello supuso la marcha atrás del PIB regional (1,9% de media), y la extensión de la economía sumergida y la pobreza. Y sin embargo, el cambio de tendencia ha sido veloz; si no se producen contratiempos imprevistos, la economía latinoamericana crecerá en el año en curso un envidiable 5,2% como media, lo que supone un aumento de la renta per cápita del 3,7%.

En esta ocasión, la región no ha sido parte del problema sino de la solución. En su territorio la banca no colapsó, los créditos hipotecarios siguieron su curso normal, las compañías aseguradoras no han tenido problemas y no apareció el concepto de activos tóxicos que tanto se ha desarrollado en otras partes del mundo.

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