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Columna
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Democracia insuficiente

Cuatro décadas después de las primeras elecciones y a unos cuantos años luz de evolución económica y social del franquismo, la democracia española mantiene algunos tics poco saludables.

Una de las herencias es el temor a la disidencia. Los partidos funcionan con criterios propios del siglo XIX y el valor fundamental para el nombramiento de sus cuadros es demasiado a menudo la obediencia y el "prietas las filas". La disciplina se impone confundiéndose con la falta de criterio propio y de debate interno.

Conscientes de la lejanía entre los aparatos de los partidos y sus militantes, y entre ellos y sus votantes, algunos partidos se ven obligados a flexibilizar su forma de actuar aunque sea a regañadientes. Las primarias son una muestra de apertura de los partidos, pero se acaban celebrando cuando se cuece el motín. Es el caso de las primarias de Madrid, que tienen sobre Zapatero un efecto más desestabilizador que una huelga general por su incapacidad de dialogar a tiempo y el valor añadido que aporta el coraje de quien planta cara al poder.

A falta de nueva ley electoral, no habrá listas abiertas ni otras medidas que ayuden a acercar la política a los ciudadanos

Las pocas experiencias de primarias se quedan a medias porque se celebran solo entre los militantes, que por definición son una minoría más radical que el conjunto de los votantes, y porque el sistema electoral juega en contra de cualquier oxigenación de la política.

En Cataluña la incapacidad de los partidos de aprobar una ley electoral es otra muestra de falta de calidad democrática. Tras muchas horas de negociación y el trabajo de un grupo de expertos, la ponencia del Parlament se ha cerrado también en esta legislatura sin acuerdo entre los partidos. No habrá ni listas abiertas, ni circunscripciones uninominales, ni ninguna otra medida que ayude a acercar la política a los ciudadanos, a pesar de los recurrentes discursos sobre la necesidad de luchar contra la abstención y los muchos recursos económicos que se le dedican en campañas inútiles.

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En nuestra democracia el debate se hurta al ciudadano y se embarra y se confunde con el aspaviento y el griterío. La última muestra es el ruido sobre el posible cara a cara entre Montilla y Mas. Los partidos se hacen los ofendidos ofendiéndose entre sí y el resultado es que los ciudadanos se quedan sin una excelente ocasión de informarse.

En campaña veremos la aparición cíclica de otro de nuestros déficits democráticos. Los ciudadanos asistirán con la indiferencia habitual a la información electoral en los medios públicos y los periodistas vivirán un nuevo estado de excepción durante el que serán los partidos políticos, a través de sus cargos en la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA), los que dictaran cómo hacer la información. Los partidos han decidido ya cuánto tiempo se reparten e impondrán una horquilla de 0,4 a 2,5. Eso significa que para que los ciudadanos puedan ser informados durante 50 segundos sobre ICV o 40 sobre Ciutadans, los periodistas deberán hacer vídeos de 2 minutos y 30 segundos, y de 2 minutos y 24 segundos, de los dos grandes partidos. A los partidos extraparlamentarios, ni agua.

Para entendernos, con criterios profesionales, un vídeo de 2 minutos y 30 segundos es algo así como un notición del calibre de la muerte del Papa.

El documento precisa también que para "asegurar el éxito de los debates" (¿éxito en términos de audiencia, de calidad o de propaganda?) se pactarán "los temas, características y organización" de los debates.

En las últimas elecciones europeas, el CAC, que todo lo calcula, explicó cómo la "dinámica política", que traducido significa las descalificaciones, críticas y pequeñas frases asesinas, se llevó el 23,7% del tiempo de emisión, en detrimento de la explicación de propuestas y el análisis de los temas.

El conflicto entre periodistas y la CCMA por los bloques electorales, que ya ocupó el segundo lugar del tiempo de emisión en las europeas, se convertirá otra vez en noticia, y si los periodistas se negaran de nuevo a firmar, se volvería a extender la sombra de la sospecha sobre la calidad de la información en los medios públicos durante los periodos electorales. Confundiendo propaganda e información no mejoraremos nuestra calidad democrática, sino que alimentaremos el cinismo, la antipolítica y el abstencionismo.

Esther Vera es periodista.

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