Un juez contra James Bond
Sir Sean Connery tiene problemas con la justicia española. Nacido pobre en Edimburgo hace 80 años, el actor escocés que encarnó en las pantallas al primer James Bond, asentó un día sus reales en la Marbella de los años setenta; la de la jet set y los jeques árabes. Vivió el actor en Villa Malibú, una finca de lujo en primera línea de playa con una vivienda principal, tres para invitados, jardines, piscina y mucha buganvilla, hasta que en 1999, en tiempos de Jesús Gil, él y su esposa vendieron su propiedad y abandonaron España.
Después de tres años de investigación, el juez de instrucción Ricardo Puyol ha imputado a la pareja por presunto blanqueo de capitales y delito urbanístico junto a implicados en el caso Malaya, como el ex alcalde Julián Muñoz y su asesor de Urbanismo Juan Antonio Roca.
Llamados por el juez a declarar para mañana viernes, todo parece indicar que la pareja desoirá la reclamación y que, además, está dispuesta a quitarle el sueño al magistrado.
Villa Malibú se puso a la venta por nueve millones de dólares y en 2004 ya se había convertido en un lujoso complejo que no respeta el plan urbanístico marbellí con 72 apartamentos que se vendieron por entre 1,4 y 2,2 millones de euros cada uno. Dicen los Connery que ellos se limitaron a vender su propiedad, pero todo apunta a que sus empresas pudieron participar en la operación, considerada fraudulenta, que costó 2,7 millones a las arcas municipales. Connery cuenta con un representante de lujo: el embajador británico en España. El juez Puyol, por su parte, se ha sentido amenazado por el diplomático, pero el Poder Judicial le niega el amparo mientras el actor escocés ha puesto a trabajar a sus abogados para exigir una indemnización millonaria al Estado español por los perjuicios provocados al airearse su nombre en este turbio asunto.
Así las cosas, es difícil elegir. Sus admiradores desearían que este gran actor en permanente superación consigo mismo fuera inocente, pero entonces las arcas públicas y la justicia española resultarían dañadas. Puyol, como Gary Cooper, está solo ante el peligro, mientras Connery le apunta con el dedo desde su casa en las Bahamas, un paraíso fiscal, por cierto, al alcance de pocos.
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