Tripartito taciturno
Convocadas las elecciones autonómicas, uno de los rasgos que más destacan es la incapacidad del tripartito para explicarse; una dificultad compartida con el bipartito del Ayuntamiento de Barcelona. Es cierto que el laconismo es intrínseco al poder. Ya lo escribió con clarividencia María Zambrano en Delirio y destino (1953): "Los que mandan, mientras lo hacen, ni se expresan, ni miran con simpatía que otros lo hagan por ellos... El poder tiende a ser taciturno". Pero en el caso del tripartito catalán esta inexpresividad ha sido extrema, empezando por la falta de voluntad de desvelar los déficits dejados por los largos años de pujolismo. Se prefirió encubrir a denunciar.
Hay dos factores que potencian esta incapacidad, aunque no la justifiquen. Uno, los medios de información, de tendencia paulatina hacia la derecha y al conservadurismo, que no han propiciado espacios para que explicasen el porqué de sus aportaciones. Y otro, la falta de consenso interno para valorar los resultados; el hecho de estar formado por tres cabezas distintas ha impedido una promoción compartida: cada partido defiende solo su parte en el reparto del pastel.
Poco han mostrado la obra hecha y cuando lo han hecho ha sido de forma funcionarial, con escasa autocrítica
Esta incapacidad es un lastre para poder valorar hoy lo que se ha hecho en diversos terrenos, como la igualdad entre ambos sexos. Si tomamos como ejemplos cultura (más museos y bibliotecas, más declaraciones de protección del patrimonio), medio ambiente y vivienda (Ley del Derecho a la Vivienda), política territorial y obras públicas (Ley de Barrios, catálogos de protección del paisaje) o sanidad (más ambulatorios y hospitales), esta ha sido la mejor época de gobierno que hemos tenido. Es cierto que se ha fallado en la política posindustrial de potenciar iniciativas y crear puestos de trabajo. Ha faltado la valentía del Gobierno vasco y su empresariado, que hicieron el pacto para no desmantelar la industria. Y ha faltado la humildad de la Junta de Andalucía, al reconocer que la clave era repartir la riqueza y disminuir la pobreza, dedicándose a aprender y a recuperar el terreno perdido. Y ha faltado la imaginación que nuestro país tuvo para reinventarse, en tiempos de la Mancomunitat de Catalunya y de la Generalitat en la II República. Hoy preferimos justificarnos con glorias pretéritas y agravios endémicos. La izquierda en el Gobierno ha tenido que llevar todo el peso de la crisis en el Estado y en Cataluña, y hoy aparece más dividida internamente y más llena de conflictos que nunca. En vez de volver a poner en primer lugar sus valores de justicia, igualdad y solidaridad, esta izquierda que prioriza la gobernabilidad falla en elocuencia y tiende a autodestruirse.
Sigue siendo inexplicable lo tacaño que ha sido el tripartito al no abrir posibilidades de explicarse y no dejar ser explicado por otros. Poco han mostrado la obra hecha y cuando lo han hecho ha sido de manera funcionarial y oficialista, con escasa creatividad, autocrítica y apertura a la discrepancia. Y ahora lo intentan hacer a contratiempo. Por no hacer, ni se ha creado, en estos años, un centro de arquitectura donde exponer las muchas intervenciones en paisaje, urbanismo y arquitectura. Y como signo de su incapacidad para abrir alternativas, es muy sintomático que los proyectos de las docenas de ARE (áreas residenciales estratégicas) se repartieran solo entre 10 equipos de urbanistas, los de siempre, los de confianza.
Hemos vivido una época socialmente progresista y de avance en muchos aspectos, más allá de la crisis económica; un fenómeno que sobrepasa la capacidad de un Gobierno autónomo. Y en contraposición al miedo a la crítica y al debate, que ha paralizado a este collage de izquierdas, lo que debería hacerse es recapitular, intentando llegar a un cierto consenso en el diagnóstico, para poder valorar, sin intereses partidistas ni beligerancias irreductibles, lo que ha sido positivo y lo que ha fallado. La tarea de otro mundo posible, de explorar sistemas económicos más sostenibles, de afrontar los problemas de la vida cotidiana, de desenmascarar y frenar el neoliberalismo, es más importante que los desacuerdos locales. Sin embargo, la taciturna herencia de tanto silencio impuesto lo pone muy difícil.
Josep Maria Montaner es arquitecto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.