El reloj
Todo el mundo sabe que solo el tiempo convierte las victorias en derrotas y las derrotas en victorias. Por eso cada vez más las celebraciones se exageran, para compensar el desgaste futuro. Tomás Gómez ha hecho bien en pasearse por las parrillas y micrófonos de la esfera mediática. Tras la victoria en las primarias socialistas madrileñas estrena reloj. Es curioso, pero casi nadie ha reparado en el hecho de que los mismos medios que lo ninguneaban y lo ignoraban cuando era el candidato que pugnaba por darse a conocer, cuando se enfrentaba con las mismas armas que el hombre invisible al paseo triunfal de Esperanza Aguirre, solo se volcaron con él en cuanto apareció la candidatura de Trinidad Jiménez. Ya había otro al que hacer perder. Nunca hay que olvidar que uno no es nada, salvo sus circunstancias. Entre los fenómenos mediáticos, no hay que descartar el accidente, a veces un tropezón te pone en la carrera con ventaja, en lugar de sacarte de ella.
Los analistas disputan si el gran perdedor es Zapatero o Pepe Blanco. Ni siquiera le conceden a Trinidad Jiménez el privilegio de perder. Ha perdido ya en varias ocasiones y siempre pierde muy bien, por lo que cualquier persona inteligente debería augurarle un prometedor futuro. Tampoco nadie se atreve a vaticinar si Tomás Gómez lo único que ha hecho es ganar para perder mejor frente a Esperanza Aguirre o, por el contrario, el día en que lo intentaron sacar de la carrera fue el día en que comenzaron a hacerlo ganador.
Las cosas son así. El eco de la huelga general aún no ha dejado de sonar y aunque para los medios conservadores no hubo otro perdedor que el liderazgo sindical, por el momento las dos sillas que van a ser desalojadas son las del presidente de los empresarios y la del ministro de Trabajo. Las dos son bajas voluntarias, pero todo el mundo sabe que irte antes de que te echen es ganarle la partida al reloj y a nadie más. El único político ganador es el que se va, el que se quita el reloj. Miren a Lula, tantas veces perdedor antes de ganar. Lo fundamental, pues, es para qué usaste tu victoria, no la victoria misma.
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