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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Miguel Ángel Velasco, poeta

Javier Rodríguez Marcos

Miguel Ángel Velasco murió el 1 de octubre en Palma de Mallorca, la ciudad en la que nació en 1963. Pocos meses antes había publicado su último libro, Ánima de cañón (Renacimiento). Como santo, loco o sabio, poeta es una palabra que conviene usar con cuentagotas, pero en su caso no cabía duda alguna, lo era. En 1979 fue accésit del Premio Adonais con Sobre el silencio y otros llantos. Tenía 16 años -"Estudiante de COU", decía de él la nota editorial- y firmaba como Miguel Velasco. Dos cursos más tarde ganaría ese mismo premio con Las berlinas del sueño. Aquellos eran títulos pegados a un irracionalismo matriculado en la escuela surrealista que, con el tiempo y los libros, terminaría cuajando en gran poesía. Para ello Velasco pasó por un periodo de silencio y por una inmersión personalísima en la oralidad y los metros tradicionales.

En su carta-prólogo a El dibujo de la savia (Lucina, 1995), Agustín García Calvo da fe de ese tránsito cuando le agradece que "procediendo como procedías de la alta Literatura y de la poesía esa que hacen los poetas, hayas tenido la humildad de acordarte de que los versos tenían que empezar por sonar a los oídos, por más escritos que quedaran para los ojos, y de volver a aprender las olvidadas artes del ritmo del lenguaje".

En aquel poemario estaba ya entera la voz hímnica de un poeta antológico que rara vez apareció en una antología, un espíritu libre que frecuentó las "sustancias psiquedélicas" tanto como la obra de Claudio Rodríguez, Rafael Sánchez Ferlosio o el propio García Calvo.

Tras La vida desatada (Pre-textos, 2000), Miguel Ángel Velasco ganó el Premio Loewe con La miel salvaje (Visor, 2002). Más allá de la foto anecdótica del mecenas y el melenudo, aquel libro redescubrió a un poeta que alguna vez pensó hacer una tesis doctoral titulada Muerte, duelo y supervivencia en Elias Canetti. La muerte está, de hecho, presente en no pocos de sus versos, pero la vida está mucho más presente. Así arranca su poema La alegría: "Diré de la alegría, aunque regresen / esas noches sin fe en las que apuramos / un vino de rencor; aquellas horas / de hosco abatimiento en que uno envidia / la vida de las bestias. A pesar / de la anciana palabra, no hecha acaso / para decir la dicha. Aunque después / la traicionemos siempre. Aunque al final / siempre haya que pagarla: no se es / feliz impunemente".

Miguel Ángel Velasco, en 2002.
Miguel Ángel Velasco, en 2002.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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