¿Son útiles las primarias socialistas de Madrid?
Todos cuantos han intervenido en sucesivas tribunas publicadas en EL PAÍS a favor de una u otra candidatura del PSOE para la Presidencia de la Comunidad de Madrid, alaban la excelencia de este método porque, se insiste, refuerza la democracia y aviva el debate. La experiencia concreta es bien distinta: las primarias, tal y como están organizadas, solo logran dividir y enconar entre sí a los militantes.
Es cierto que, sobre el papel, la celebración de elecciones primarias dentro de un partido político debe reforzar la participación de los militantes, incrementar el compromiso ciudadano y, lógicamente, ampliar las ideas para mejorar los programas electorales. En la práctica, ¿cuál es el resultado? Baste leer esta información tan elocuente: "Mientras los candidatos se muestran respetuosos entre ellos, sus equipos se acusan ferozmente de haber inflado las cifras de avales e incluso de incluir firmas falsas" (EL PAÍS, 23 de septiembre). ¿Es un exceso gratuito que el periodista haya calificado el modo y la circunstancia de este proceso electoral con ese adverbio -ferozmente- que nos remite, según el diccionario, a peleas entre "animales fieros y sanguinarios" que obran "con crueldad"?
Este método de selección, tal y como es ahora, solo divide y encona entre sí a los militantes
No valen como recurso para resolver pugnas entre las cúspides
Pero dejemos la exégesis de un adverbio más o menos afortunado. ¿Cuál es la realidad en las agrupaciones socialistas, barrio por barrio y pueblo por pueblo? Que las primarias solo han creado hasta el momento división, una división peligrosa en la ya de por sí zarandeada militancia del socialismo madrileño. Es fácilmente comprobable. Cuando Trinidad Jiménez ha ido a una agrupación, no han asistido, en la mayoría de los casos, los simpatizantes de Tomás Gómez. Y a la inversa. Cuando terminaban sus intervenciones, muy educadas, eso sí, aunque también muy etéreas, se abría un supuesto debate en el que la casi totalidad de las intervenciones se limitaba a ser exclamaciones de apoyo al candidato presente o algunas preguntas muy concretas sobre el barrio. Quedaba, sin embargo, una realidad evidente, que los militantes se encontraban divididos por simpatías personales o por consideraciones tan imprecisas como imposibles de explicitar. Eso si no escuchamos cómo algunos, en corrillos aparte, soltaban improperios feroces, estos sí que feroces, contra los integrantes o defensores de la candidatura contraria.
Así ha ocurrido en más casos de los deseados. Por otra parte, no podía haber debate porque tampoco los candidatos presentaban programas. Más aún, a Jaime Lissavetzky le oí anunciar como gran receta "hacer una gran sentada" para hacer "un gran programa". Era evidente que no llevaba programa. Trinidad Jiménez hablaba con más chispa, suscitaba más empuje y se atrevía a enumerar grandes líneas políticas, pero sin descender a perfilar un programa. Por su parte, Tomás Gómez se postulaba como "el candidato de las bases", tal parecía que los partidarios de Trinidad Jiménez solo eran altos cargos, en una peligrosa exclusión de los "otros" como no auténticos "militantes de base". ¡Como si Virgilio Zapatero, Peces-Barba o Torres Mora, por citar algunos de sus apoyos, fuesen el arquetipo del militante de barrio!¿Es un resumen muy duro de lo que cada uno ofrecía agrupación por agrupación? Lo cierto es que sus intervenciones solo estaban planteadas para lograr la adhesión de los suyos, ni siquiera de los simpatizantes de la otra candidatura.
Cuando los escuchaba pensaba: si no me convencen a mí, que soy tan disciplinado a la vieja usanza ¿cómo van a convencer a esas personas que ahora mismo, a las ocho de la tarde, transitan por las calles aledañas de la agrupación? Pensaba en que no valen consignas sobre educación y sanidad si no se demuestra con datos que han empeorado, porque, por el contrario, hay distritos donde la gestión sanitaria -que no el derecho a la salud- se ha privatizado y, visto como usuario, no parece que haya quejas de empeoramiento. O a la inversa, también pensaba cómo no clamaban contra casos tan flagrantes de deterioro docente como el de esos centros en los que, por ejemplo, en el IES Tierno Galván de la capital, con dos grupos de alumnos más en la ESO, sin embargo, el Gobierno de Esperanza Aguirre ha recortado nada menos que en ocho el número de profesores, afectando a materias tan cruciales como la lengua y las matemáticas. Eso sin contar que se llega a 30 y hasta a 40 alumnos por aula en muchos centros públicos, tanto en la ESO como en un bachillerato en el que ha subido la matrícula por la vuelta de muchos que dejaron los estudios para trabajar o porque en la formación profesional no hay plazas suficientes...
Sin embargo, hay muchos profesores optimistas, que no escatiman horas ni energías. ¿Han visitado esos centros los candidatos para saber lo que es la realidad de la enseñanza pública?
Tomás Gómez y Julián Santamaría, en su apoyo, piden debates (EL PAÍS, 22 de septiembre de 2010). No hay nada que objetar en teoría, pero no vale comparar con el Partido Demócrata estadounidense y con los debates de Obama y Hillary Clinton. No tenemos ni las mismas estructuras organizativas en los partidos ni los mismos mecanismos de captación de apoyos ciudadanos. Transplantar mecánicamente la complejidad de las primarias norteamericanas a nuestro país debería ser tema de una reflexión nada coyuntural. Sin duda, desplegar la dinámica de los debates internos es necesario, pero hace falta establecer reglas muy precisas para evitar que sean modos de crear nuevas zanjas internas.
Hay un dato clave que nos diferencia de los norteamericanos: aquí ningún candidato acopia y aporta recursos económicos para la campaña electoral, para la interna y luego para la exterior contra los demás partidos. Todo lo pone el partido. Es más, las supuestas bases no hablan por sí solas, sino que acogen con mayor o menor fervor a una u otra candidatura por maniobras muy primarias de vivencias específicas de cada agrupación.
Se pudo comprobar en las primarias entre Almunia y Borrell cómo se produjo un voto de resistencia primaria de las supuestas bases frente al candidato de la dirección federal. Quizás sea fruto de que una militancia tan escasa no puede ser masa crítica para generar debates, sino solo adhesiones. Son 17.000 aproximadamente los militantes socialistas en la Comunidad de Madrid. ¿Se les puede considerar representativos de las inquietudes ciudadanas o incluso de ese millón más o menos fluctuante de votantes socialistas que hay?
En conclusión, unas primarias así solo dividen, no aportan más democracia. En teoría, mejor las primarias que la designación como método para ejercer la democracia en los partidos. Pero no valen como recurso para resolver pugnas entre las cúspides. Unas primarias que sean expresión del pluralismo interno de un partido exigen precisar bien su organización, con unas reglas de juego claras (ahora todo es confuso) y desarrollarlas como práctica obligatoria siempre. Y, además, rescatar aquel otro debate sobre el máximo de dos legislaturas para cada cargo. Pero esto ya son otras cuestiones.
Juan Sisinio Pérez Garzón es profesor de Historia y militante del PSOE.
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