Una oportunidad para todos
La energía es el segundo factor de coste del sistema productivo de las empresas españolas tras el empleo. El debate al que asistimos sobre nuestro modelo energético debe encuadrarse en la búsqueda del bien general y de la competitividad de nuestro tejido industrial del que depende el crecimiento económico.
La estrategia energética española pasa por definir medidas que permitan alcanzar tres objetivos, cumplimiento de los compromisos en materia de lucha contra el cambio climático, reducir el nivel de dependencia energética y evolucionar hacia un modelo eficiente y de costes competitivos.
En el horizonte 2020 las medidas a tomar no son críticas. Las implicaciones del 20-20-20 (nueva potencia renovable a construir), la reserva de potencia eléctrica con baja utilización (ciclos combinados) y la planificación prevista no obligan a tomar grandes decisiones sobre el mix de generación. Se reducirá la dependencia (por la nueva potencia renovable) y la eficiencia del modelo de aprovisionamiento de gas y petróleo garantiza la seguridad de suministro.
En el horizonte 2030, las medidas pasan por tres ejes principales: mantenimiento de la vocación por la sostenibilidad impulsando la competitividad en costes y la reducción de emisiones; reducir al máximo la incorporación de nuevos costes a la tarifa eléctrica y, por último, poner en valor el liderazgo en eficiencia de nuestros transportistas energéticos para favorecer la apertura del mercado hacia Europa, con nuevas interconexiones que permitan competir a nuestros operadores y nos saquen de nuestra condición de isla energética.
España debe jugar un papel relevante en I+D asociado a las energías renovables y captura o reducción de emisiones de carbono. La desproporción entre el esfuerzo realizado en el desarrollo sostenible y el tamaño de nuestro sector energético obliga a buscar vías para que esta inversión tenga sentido económico. El sector eólico es un gran ejemplo de desarrollo y evolución tecnológica española. Debemos intentar repetir la historia con el resto de tecnologías.
Para reducir la incorporación de nuevos costes a la tarifa cabe destacar tres medidas, la primera, alargar la vida útil de nuestro parque generador actual, incluidas nucleares, hasta su vida de diseño técnico dentro estándares de máxima seguridad. La segunda, aplanar al máximo el pico de la curva de demanda eléctrica (que condiciona la potencia a construir y el mix de generación) con una progresiva liberalización de precios basados en modelos tarifarios con discriminación horaria incorporando competencia en el sector (contadores inteligentes que posibiliten facturar en cada momento el coste real de la energía, como ocurre en las telecomunicaciones). Encarecer el precio en el pico desincentivaría el consumo y trasladaría demanda al valle de la curva. La tercera medida que evitaría inversiones de generación es incrementar de forma muy relevantemente la interconexión con el mercado europeo.
Estas medidas, junto al desarrollo de redes inteligentes, el fomento de la eficiencia, la generación distribuida y la introducción progresiva del coche eléctrico de carga lenta nocturna (para elevar el valle de la curva y aprovechar la producción renovable nocturna) permiten alumbrar un futuro energético más optimista fundamentado en la eficiencia de los actores. La liberalización progresiva nos ha dotado de ventajas competitivas que deben ser aprovechadas en Europa. Algunos ya lo han hecho internacionalizándose, nuestros transportistas energéticos lo tienen como reto ante sí.
Es evidente que afrontamos retos importantes y complejos. El necesario pacto político y la excelencia de nuestros operadores deben transformar estos retos en oportunidades para las próximas generaciones. -
F. Álvarez-Ossorio es socio responsable de energía y recursos naturales de KPMG en España.
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