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Columna
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Políticos contra las cuerdas

El otoño político valenciano ha irrumpido con destemplanza. Por lo pronto, las elecciones primarias en el PSPV han agitado al partido, delatando que hay vida más allá del tedio que transpiraba. El protagonista de este episodio ha sido, sin duda, el ex ministro -y ex tantos otros cargos- Antoni Asunción, que optaba a competir por la presidencia de la Generalitat. Qué menos. Vistas las grises expectativas de los socialistas, el inesperado candidato emitió incluso una cierta aura mesiánica. Pero como se describiría en términos pugilísticos, ha perdido a los puntos, por falta de los necesarios avales, y ha caído con poca elegancia. Sabido es que esta fórmula electiva no es perfecta, como no lo es la misma democracia, debido en este caso al peso decisivo de los órganos ejecutivos. Sin embargo, cuestionar sin la menor prueba la honradez de la comisión de garantías, conociendo la integridad de sus miembros y de quien la preside, es cometer una calumnia que solo descalifica a su autor, tan prudente otrora.

El trance y su repercusión mediática, debido al perfil de su protagonista, ha sido cogido al vuelo por el consejero y portavoz en las Cortes, Rafael Blasco, que esta semana se ha empleado a fondo para segar la hierba a sus adversarios. En punto a las primarias que glosamos ha venido a decir que "desprestigian a la clase política", lo cual es o se nos antoja una temeridad por parte de quien ejerce como heraldo del partido político -decimos el PPCV- con más alto porcentaje de corruptos de cuantos ha parido la actual democracia. ¿Habrá mayor desprestigio? Una frivolidad que el mismo consejero ha superado con otra de mayor voltaje demagógico cuando la emprendió contra el portavoz socialista Ángel Luna, víctima de unas insidias que este ha afrontado y desmontado ante los medios de comunicación. De entre toda la cuerda de imputados, implicados y presuntos delincuentes populares, ¿quién ha dado la cara? Inventar avisperos e hisopar sospechas, como hace el veterano consejero, delata únicamente el pestazo choricero y la desesperación que cunde entre la derecha que gobierna.

Sumándose a la apertura del curso político, también el empresariado ha querido hacerse oír y escuchar. Tanto AVE, la selectiva asociación patronal, como Fevec, la federación de constructores valencianos, por boca de sus respectivos presidentes, han aportado sus diagnósticos críticos y propuestas para navegar en esta coyuntura. El corolario de ambas aportaciones es un severo palo a los partidos políticos, especialmente a los hegemónicos, bien sea por el déficit ético al que contribuyen, bien sea por su inoperancia, hasta el punto de sugerir la conveniencia de una formación partidaria estrictamente empresarial, algo así -imaginamos- como un PP renovado pero más cargado de bombo liberal en su peor acepción. Por lo demás, las habituales fórmulas acerca de la reforma laboral, pulcro eufemismo del despido rápido y barato, el copago en sanidad y otras recetas cuya racionalidad y hasta apremio no ocultan la desprotección que conllevan para los más jodidos de la tierra. Qué sorpresa. Lástima que estos sesudos informes y pronunciamientos no incluyan un examen de conciencia y un propósito de enmienda.

Y ojo al parche que esta semana, en las Cortes Valencianas, hay debate sobre el estado de la comunidad. El nubarrón político puede descargar rayos, centellas y renovados motivos para poner de vuelta y media a los parlamentarios. Es el deporte en boga.

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