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Columna
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Emoción

Rosa Montero

Ya sé que hoy en España la cosa de votar parece poco menos que una nadería. La falta de veracidad y de contenido del juego político nos mueve a la desgana, y para muchos los días de elecciones son una responsabilidad tediosa y poco sustanciosa. Pero yo, a pesar de todo, sigo sintiendo una emoción especial cada vez que puedo depositar mi voto. Supongo que es algo que nos pasa a todos los que vivimos un tiempo bajo Franco anhelando ese derecho básico.

Ahora he sentido algo parecido ante las elecciones en Afganistán. La democracia en esa tierra trágica no es más que un ínfimo brote; los comicios presidenciales de hace un año fueron un fraude, Karzai es un impresentable, el país está en guerra, su sistema electoral no permite partidos políticos... Y aun así, ¡cuántas esperanzas! Y cuánta valentía. Ya saben que esos feroces locos criminales de los talibanes decretaron un boicot a las urnas, y que el día de las elecciones se dedicaron a asaltar colegios electorales y a matar gente. Al menos 389 colegios sufrieron ataques graves o cierres forzosos, murieron 21 civiles, hubo decenas de heridos. Y, sin embargo, parece ser que el 40% de los afganos acudieron a votar (en las europeas de 2004, por ejemplo, solo participamos el 45% de los españoles). ¿No es una cifra asombrosa? Aunque les podían rebanar el cuello, pegar un tiro, partir las piernas a bastonazos, ellos siguieron saliendo de sus casas para construir el futuro con su voto. Sé que las elecciones afganas han estado llenas de irregularidades y manipulaciones fraudulentas. Pero, aun así, conmueve ver a esas mujeres envueltas en el burka que acudieron a las urnas desobedeciendo el boicot talibán, quizá con la esperanza de un mañana más libre para sus hijas. Solo es una pequeña semilla protodemocrática en mitad del caos, pero ese 40% de afganos tiene razón. Así se cambia el mundo.

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