Definiendo lo excéntrico
Puede resultar ocioso volver a decir que ante Israel Galván estamos enfrentados a un caso excéntrico dentro del devenir del flamenco escénico contemporáneo. Excéntrico en cuanto sus primeras acepciones RAE, cuya literalidad vienen muy bien a este análisis (1. De carácter raro, extravagante // 2. Que está fuera del centro, o que tiene un centro diferente). Al final de las definiciones aparece otra que se muestra igual o más clarificadora, y será útil aplicando un carácter metafórico: "Pieza que gira alrededor de un punto que no es su centro de figura; tiene por objeto transformar el movimiento circular continuo en rectilíneo alternativo".
La edad de oro, espectáculo económico y parco, es una síntesis de la estética de Galván, su ars poietica, validada en la maduración de la obra, su destilación experimentada en múltiples escenarios y ante públicos variopintos. Israel es venerado por unos, denostado por otros. Tiene su lógica. Su escenificación no es acomodaticia ni fácil ni convencional. Hay un meollo contestatario, irónico y tal vez, psicologista, que hace que algunos espectadores se revuelvan en la butaca mientras otros llegan al éxtasis, que cíclicamente el bailarín evoca en ascensión, tras una repetida evolución en espiral y unas angulosidades que ya son sello estilístico.
LA EDAD DE ORO
Coreografía y baile: Israel Galván. Cante: David Lagos. Guitarra: Alfredo Lagos. Dirección artística: Pedro G. Romero.
Teatro de La Abadía.
Hasta el 19 de septiembre.
Desde que sale a escena, Galván está peleándose con sus fantasmas, y de ahí el tono siempre torturado de su pantomima. Su pronunciada lordosis en ambos ejes y su persistencia en el perfil dan cuerpo a una plástica de pespunte largo, de diálogo quebrado entre guitarra, voz y baile. Gran parte de su maniobra planimétrica se focaliza y hasta obceca con la lateralidad, usando de un estrecho margen del suelo disponible, digamos un 25% (piénsese en el estándar de los tablaos). Siendo mucho mejor que Redux en todos los aspectos, aquí el baile progresa por un lirismo doliente, hermético, con una cierta anarquía en la manera de exponer los ritmos, lo que no le quita valor coréutico alguno, sino al contrario. Se atreve con unos botos blancos, pero en él tienen sentido, como la alambicada pantomima, que a veces arranca risas. ¿Quiere Galván ser gracioso en cuanto otra definición de excéntrico? Juega al niño travieso, caricaturizando sin piedad su propio estilo, la gráfica percutida, la geometría cortante.
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