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TENIS | La leyenda continua
Columna
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Mito entre mitos

José Sámano

Como el deporte es competición, la tendencia natural es fijar clasificaciones, la búsqueda del mejor. No es tan recurrente plantearse un podio entre escritores, músicos o pintores. Hay gustos para todos, pero el deporte es más proclive a disertar sobre el número uno, está en su naturaleza. Con la nueva gesta de Nadal: ¿Es el mejor deportista español de la historia? Qué más da. Su gigantesca obra está por encima de los estigmas, lo que importa es su fascinante carrera, no su comparación con Santana, Nieto, Ballesteros o Indurain, los tres primeros quijotes inmunes a las precariedades de otras épocas, genios en disciplinas difícilmente comparables, con adversarios de mayor o menor categoría. Todos superhéroes como Blume, Bahamontes, Perico, Arantxa, Cacho, Marta Domínguez, Gasol, Alonso, Lorenzo, Pasaban, Llaneras y tantos otros. En Nadal confluyen de forma acentuada virtudes que tuvieron (tienen) la mayoría de estos titanes: pasión, talento, mentalidad, resistencia al dolor, capacidad para llegar al límite y una fuerza de voluntad extrema. Por si fuera poco, siempre ha sido un deportista ejemplar, en sus modélicas victorias y en sus señoriales derrotas. Bien lo sabe Roger Federer, el mejor tenista de la historia, un superclase de corazón hibernado que gracias a Nadal consiguió revelar que tiene alma. Hay algo romántico en este número uno pulido al amparo de sus familiares, discretos, fieles en las buenas y en las malas. Él también ha sabido blindar su vida y la de los suyos frente a la caverna rosa.

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Puestos al discutible juego de clasificar, es precisamente el imponente Federer uno de los argumentos para defender que el balear ya sea el mejor deportista español de la historia. En su era se ha visto obligado a medirse al mejor de todos los tiempos. Le ocurrió de alguna forma a otros, como a Santana con la legión australiana de Rod Laver y Roy Emerson; y a Ballesteros con Nicklaus, Trevino, Watson, Player, Faldo... Pero en la fabulosa carrera de Santana faltaron la Davis y Australia, donde nunca participó, era una aventura muy costosa entonces. En la maravillosa leyenda de Ballesteros no figuran el US Open y la PGA, en la epopeya de Indurain no está la Vuelta, y entre las hazañas inolvidables de Nieto no hay cilindradas superiores. Nadal lo tiene todo, Davis y oro olímpico incluidos. Sería absurdo escrutar su carrera individual frente a la de deportistas de equipo, donde, por mucho que despunten algunos solistas siempre prevalece lo colectivo. El infinito Pau Gasol está supeditado a Bryant (y viceversa), como Xavi a Messi e Iker Casillas a Iniesta.

Nadal ha ganado todo, en distintas superficies, con el mejor de la historia de por medio y en un deporte global, no exclusivista como la fórmula uno, por ejemplo. Y su final de Londres con Federer en 2008 ya es un incunable. Por todo ya es el mito entre los mitos, lo que ni rebaja a otros ni le da a él mayor dimensión. Nadal en sí es grande. Las comparaciones son odiosas, aunque salga vencedor.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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