El jíbaro y la lechera
Ignorando el cuento de la lechera, Mariano Rajoy aprovechó el descanso estival para pensar en la formación de su futuro Gobierno de España. Con la precisión que le es propia, desveló que con él estarán los más capaces, los más preparados y los más competentes. Francamente, no esperábamos tanto. Un gobierno adornado con el don de la excelencia y la consabida laboriosidad (protestante) del presidente del Partido Popular constituye una irresistible tentación electoral.
La solemne revelación fue acogida con júbilo tanto en la war room del PP de Galicia como en la alcoba estratégica de Monte Pío. Si van a estar los más capaces, preparados y competentes, Feijóo será uno de los convocados por la gloria. Para componer un himno que consagre su estrellato gubernamental podemos retocar los festivos versos de Nicanor Parra: "Los cuatro líderes del PP / son tres: / Núñez Feijóo y Rajoy Brey".
Lo más destacable de la hoja de servicios de Feijóo es haber jibarizado el autogobierno gallego
En el nuevo curso político nuestro presidente ofrecerá el mismo paño que en el pasado, le va bien y la autocomplacencia le aconseja no hacer cambios. Incluso el CIS, que pronostica tercamente el sorpasso electoral del PP frente a un crepuscular Zapatero, sitúa a Feijóo en lo más alto del ranking de los gobernadores de la derecha, superado únicamente por su correligionario Ramón Luis Valcárcel Siso, presidente de la Región de Murcia.
Antes de pensar en su excelsa alineación para el Gobierno de España, Rajoy reiteró en numerosas plazas que Feijóo ejemplificaba la buena gobernanza del PP -la demo del gobierno decente que él liderará- y, como el personaje de Brecht que llevaba un ladrillo para mostrar a todos cómo era su casa, carga desde el 1-M con una devota estampa de Núñez Feijóo, inspiradora muestra de su propia capacidad y competencia.
Pasados los iniciales furores derogatorios y quedando ya pocos logros de la Xunta bipartita por sacrificar, Feijóo se entrega ahora al adelgazamiento del Gobierno no tanto por la vía de la limitación austera del gasto como por la férrea contención de las decisiones políticas. El quietismo preside el Ejecutivo gallego y en la Xunta decidir, lo que se dice decidir, decide tan sólo el presidente y un alter ego suyo que firma como Alfonso Rueda. Y Feijóo decide poca cosa: cuando no evacúa responsabilidades hacia el pasado (el Gobierno bipartito), señala con el dedo a Zapatero para camuflar su indolente falta de soluciones.
Nuestro quinto presidente cree que, en tiempos inciertos, la garantía del éxito político es no cometer errores y para no fallar, nada mejor que no decidir. Acercándonos al ecuador de su mandato, la pérdida de peso político de la Xunta es notoria, donde se ofrecía colocar un Ejecutivo eficiente, reina ahora una indecisa y pésima administración de rutinas.
En Galicia, el sueño neoliberal del Estado mínimo alimenta la pesadilla de un autogobierno (casi) inexistente. Lo más destacable de la hoja de servicios de Feijóo es haber jibarizado el autogobierno gallego mermando sus deberes, devaluando sus competencias y liquidando sus compromisos como agente director de las políticas públicas en Galicia. La reducción de la Xunta como cabeza de la decisión democrática de los gallegos para autogobernarse es su mayor logro como gestor emergente de la novísima derecha.
Contemplando a Feijóo los españoles pueden hacerse una idea de lo que hará el Gobierno de los más capaces, preparados y etcétera de Rajoy: justificar su parálisis como consecuencia de la pesada herencia de Zapatero, ceder a los caprichos de las grandes corporaciones, poner las decisiones económicas en manos de los agentes del mercado, aligerar la gestión pública de los servicios básicos y convocar un nuevo Concilio de Trento para restablecer los valores paleocristianos de siempre.
A la sombra de Monte Pío se cree que el mayor obstáculo que tiene Feijóo para sentarse a la derecha de un triunfante Rajoy en el Gobierno de España es que todavía no está consolidado su dominio en Galicia. Un problema menor. Feijóo sabe que cuanto antes convierta a la Xunta en una administración regional periférica, políticamente subsidiaria y depositaria de un poder mínimo, más cerca estará de la Villa y Corte.
En el nuevo curso político nuestro presidente jíbaro se dará prisa para reducir aun más la relevancia de la Xunta como expresión política de los intereses de los gallegos. Galicia como Murcia. Consagrado un autogobierno liliputiense, nada lo retendrá y antes podrá materializar su sueño ministerial al servicio de la grandeza de España. A decir verdad, el único obstáculo que tiene Feijóo para abrazar la gloria es que Rajoy, como la lechera, no la cague dando un mal paso.
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