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Columna
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Lo que no está escrito

"Nada es imposible y no está en ninguna estrella escrito". El candidato Lissavetzky inicia su campaña en plan "retórico, epigramático y ático" como dice un personaje de La venganza de don Mendo. Se agradece el tono y se le reconoce el esfuerzo en un panorama político emborronado por los vituperios y las descalificaciones y difuso por la dislexia de muchos de sus oradores, la insoportable obviedad de sus declaraciones, su menosprecio de la sintaxis y su simiesca habilidad para irse por las ramas. Lissavetzky ha hablado como un oráculo con la mirada perdida en las constelaciones, pero en la frase que encabeza estás líneas se acumulan las negaciones, "nada", "imposible" "ninguna", y se plantea la pugna por desbancar a Gallardón como una tarea titánica, trabajo de Hércules, lucha de un hombre contra la tiranía del destino que es tan cruel como caprichoso. "Seamos realistas, pidamos lo imposible", el viejo lema del 68 planea sobre las predicciones de Lissavetzky y sus ejemplos no contribuyen precisamente a levantar el ánimo: "Si se ganó la Copa del Mundo tras 80 años de fútbol...". Para largo lo fiáis, que diría don Juan Tenorio. El "nada es imposible", dos negaciones que construyen una afirmación, tiene un toque numantino y un punto estoico, el optimismo desbordante del planteamiento rompe contra los escollos de la realidad por no perder de vista las lejanas y ajenas estrellas que no se comprometen con el vaticinio. La negatividad entusiasta del candidato municipal se traslada a su visión de las primarias comunitarias: "No son un mal en sí mismo... es un procedimiento útil cuando hay más de un candidato", una desgracia que a él no le ha afectado, sin competencia en sus filas, Lissavetzky tampoco se verá amparado por la cobertura mediática de unas elecciones primarias, su camino está despejado hasta las urnas, todas las estrellas de su partido titilan a su favor.

Lissavetzky se cuelga las medallas, nunca se vio un director de Deportes con tantos éxitos

En el rincón opuesto del cuadrilátero, en el otro lado de la pista, hay un alcalde olímpico, el deporte une a los dos candidatos que compartieron aquella corazonada, descorazonada por los aguafiestas del COI, huéspedes permanentes de todos los festejos preolímpicos, jueces ingratos que no imparciales y gorrones eméritos en las mesas de todas las candidaturas. En la pugna Gallardón-Lissavetzky, el segundo se cuelga todas las medallas, nunca se vio un director general de Deportes de éxitos tan bien servido, y cuanto más escasea el pan, más necesario es el circo, aliviador de hambrunas y consuelo de tantos. Lo importante no es ganar sino participar, el hipócrita lema del degradado olimpismo no sirve a ninguno de los dos candidatos pero perjudica especialmente a Gallardón al que se le acaba de destapar la Caja Mágica, la caja de los truenos. La tapa, la cubierta descapotable del gran complejo arquitectónico no terminaba de encajar y solo "el incremento de la medición", según la empresa constructora FCC, que fomenta construcciones como esta y contrata al peso nuestras basuras, ha supuesto otro incremento de 40. 171. 686 euros. Las modificaciones ejecutadas para darle un toque mágico a la Caja han costado casi 300 millones, más del doble de lo previsto por un presupuesto miope. Pero nadie negará que la Caja hace magia, todo lo que metes en ella desaparece como por ensalmo.

El despilfarrante artilugio carece de un sistema de climatización central pero goza de un aparcamiento de 14 millones de euros que tendrán que amortizar, entre otros, los socios del Real Madrid de baloncesto y de Florentino, otro constructor de pirámides que ha firmado un convenio para que el equipo blanco juegue allí sus partidos e insufle un soplo de vida a la infrautilizada y sobrevalorada instalación cuyas obras de cimentación tuvieron un sobrecoste añadido "por estar junto al río y en una zona húmeda". Sus mentores y constructores no habían caído en que el Manzanares pasa por Madrid y como es río de poco calado hace embarrancar las más osadas singladuras.

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