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Reportaje:Próxima estación

Acero y naranja

Las dos estaciones de Fondo, de las líneas 1 y 9, reflejan el contraste de dos mundos

Mañana todo esto estará lleno de gente apresurada. El frotar se va a acabar y volverán las caras largas, las legañas, las toses y el vistazo a la prensa gratuita, camino del trabajo. Para muchos, el fin de las vacaciones supondrá el reencuentro anual con estos vestíbulos y túneles, que han pasado el mes de agosto a medio gas. Estamos en un espacio bipolar, dividido en dos épocas distintas, por cada una de las cuales los pasajeros caminan con ritmo propio y peculiar. A nuestra derecha, la estación de Fondo, antiguo inicio o final de la línea 1, inaugurada en el olímpico año de 1992 para favorecer la comunicación entre Barcelona y Santa Coloma de Gramenet. A nuestra izquierda, la estación de Fondo de la línea 9, abierta hace tan solo unos meses para hacer de este municipio vecino una extensión del área metropolitana y su sistema de transporte. Es el punto de la red con un contraste más evidente entre dos momentos, entre dos mundos que se rozan en un transbordo, sin apenas diálogo entre ellos.

Las nuevas instalaciones de Fondo, a 44 metros de profundidad, son una fantasía en acero y naranja
Por el contrario, las antiguas son un laberinto de caminitos bajos de techo y baldosas blancas

Hay un axioma que afirma que cuanto más grande es la estación menos gente ves en ella. Las nuevas instalaciones de Fondo son una fantasía en acero y naranja, pensadas para paliar la claustrofobia que produce sumergirse a 44 metros de profundidad. Sus ocho ascensores -con capacidad para 40 pasajeros cada uno- parecen salidos de una antigua película de ciencia-ficción. De fondo suena una canción de David Bisbal, como si esto fuese el umbral de un cine multisalas o de unas galerías comerciales. Todo está pensado para convencernos de que no estamos tan hondos como estamos. Más que a coger el metro parece que hemos venido a explotar una veta de carbón (podría sonar Antonio Molina y su Soy minero, y a nadie le extrañaría).

En el andén, vacío, con su sistema antisuicidios de paneles de cristal -imprescindibles puesto que los trenes que circulan son automáticos y no llevan conductor- hay una anciana rezongando sola. Hemos bajado en el ascensor con ella y hemos comprobado su grado de irritabilidad. Se parece por momentos a un genio de las minas, atareado en esconder sus tesoros de las miradas indiscretas. Intentamos no hacerle caso, y sigue refunfuñando y riñendo a un acompañante invisible. Nosotros y ella, mientras el panel luminoso nos indica la dirección de los próximos vagones.

Cuando se termine, la línea 9 será la más larga de la ciudad, y la más moderna. Sus estaciones están pensadas para acabar con escaleras y pasillos, haciendo más rápidos los desplazamientos; un sistema de pozos verticales viene a sustituir a los desfasados pasadizos. El contraste es la línea 1, la más antigua de todas y cuyas estaciones son un auténtico laberinto de caminitos bajos de techo y baldosas blancas, pensadas en su día para dar más sensación de espacio. Aunque no hay muchos transeúntes, sus corredores fluyen atestados y llenos de vida. Emigrantes de todas las procedencias esperan sentados en el andén y parece como si hubiésemos pasado del futuro a un presente pluscuamperfecto. Ni tan siquiera queda muy claro que ambas estaciones estén en el mismo sitio. Hasta sus usuarios parecen proceder de puntos distantes. En el viejo Fondo también hay ascensores, pero más modestos, y eso que fue la primera estación adaptada para personas con movilidad reducida. La comunicación entre el acceso a la calle y los andenes se hace mediante escalinatas y escaleras mecánicas. Aquí nadie nos lleva de paseo, todo es esfuerzo muscular y subidas (y a nadie le extraña lo más mínimo que no suene música). En la cola de maniobra que hay al final de la vía, los trenes dan media vuelta y vuelven a comenzar su recorrido, en un tiovivo perpetuo. Agosto se despide hasta el año que viene, mientras Carmen Secanella y un servidor damos por terminados nuestros viajes por debajo de la ciudad. Quién sabe cuál va a ser nuestra próxima estación...

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