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Reportaje:reportaje

La paella pasada al gusto chino

Hoy se celebra en la Expo de Shanghai el día de España - El pabellón de acero y mimbre diseñado por Benedetta Tagliabue ha recibido ya cinco millones de visitas

La enorme estructura de acero y mimbre yace a la sombra del puente sobre el río Huangpu como si fuera un dragón dormido. A un flanco, una cola con cientos de personas serpentea hasta perderse de vista. Hace un calor ecuatorial. Shanghai vibra este mes de agosto al son de la Exposición Universal, que hoy celebra el día de España.

La gente espera desde hace una hora -a veces, son tres- para acceder al que se ha convertido, con cerca de cinco millones de visitantes hasta la fecha, en uno de los edificios más populares de la feria. Tienen la cara cansada, pero expectante. Han oído hablar mucho de la arquitectura vanguardista del pabellón español, más conocido como El cesto por el material que lo recubre.

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La azafata hace una señal y la masa humana se introduce en la primera sala -Origen- de las tres que componen el recorrido de unos 20 minutos, bajo el lema De la ciudad de nuestros padres, a la de nuestros hijos. Se trata de una caverna diseñada por el director de cine Bigas Luna, que traslada al espectador al principio de los tiempos: la Prehistoria y el yacimiento de Atapuerca.

Una bola de fuego cruza la pared, ruge el mar y estalla la música. Una bailarina, hasta entonces postrada sobre una tarima, comienza a moverse, sensual y enérgica. Eleva los brazos, palmea, gira y, con un gesto rápido, se saca un abanico del escote. "Uaaaa, Uaaaaaaaa", exclaman excitadas dos jóvenes chinas, hipnotizadas por el cuerpo femenino y los colores rojo y negro. Con un ritmo frenético, se suceden las imágenes de medio centenar de proyectores en las paredes: un galope de caballos, el balanceo de un botafumeiro, Picasso y Barceló, los sanfermines, el fútbol y el jugador de baloncesto Pau Gasol. Un golpe de atavismo, con el que Luna ha querido dar a los visitantes un baño de pasión ibérica.

"Son muy expresivos, aunque les cuesta aplaudir. Pero si alguien comienza, todos le siguen", asegura Rocío Chacón, de 30 años, una de las siete bailarinas que se alternan en la sala. La proyección, en bucle, dura unos seis minutos, de los cuales baila alrededor de dos. El resto permanece tumbada inmóvil. "Es duro tener al público tan cerca, marea. A veces, se tumban para hacerse una foto contigo o te tocan la pierna y empiezan a subir y a subir la mano".

Los raquetazos del tenista Rafael Nadal dirigen a los asistentes hacia la segunda sala -Ciudades-, en la que el también director de cine Basilio Martín Patino presenta, en siete minutos, los cambios experimentados por las urbes españolas. Utiliza cinco pantallas gigantes, que se cruzan entre sí, en las que hace un elegante -y, en algún momento, emotivo- despliegue de imágenes desde el comienzo del éxodo rural al presente. Desfilan visiones de la España en blanco y negro, el Benidorm turístico, el tren de alta velocidad, Mercamadrid, el tapeo o el mosaico de la inmigración. "Es un reflejo de lo rápido que se ha desarrollado España. Te ayuda a comprender cómo son los españoles, la forma en que viven y consumen. Les gusta disfrutar de la vida", afirma Yang Liu, una estudiante de canto de 18 años de la provincia sureña de Guangxi.

María Tena, comisaria del pabellón, lo explica: "Hemos querido dar una imagen de España tecnológica y tradicional, con un edificio que es una pieza de arte contemporáneo. Celebramos los tópicos de una manera espectacular, desde una cueva. Es un pabellón visual, que no un museo, con un argumento claro. En el fondo, estamos contando la Transición, que es el gran éxito de España". Todo ello, para entregar el perfil de un país moderno, plural, amante de las tradiciones y empresarial.

El edificio español, uno de los más grandes entre los 190 países participantes -42 de los cuales han construido edificio propio- es obra de la arquitecta italiana Benedetta Tagliabue, que dirige el estudio barcelonés Miralles-Tagliabue. Cada día recibe una media de 38.600 personas, con picos de 54.000; un éxito de audiencia, ya que cuando la Expo eche el cierre el 31 de octubre se prevé que lo habrán visitado entre siete y ocho millones de personas; las estimaciones iniciales eran de 5,5 millones. Esto equivale a uno de cada 10 asistentes a la feria de Shanghai, la mayor de la historia, que espera recibir entre 70 y 90 millones.

El cesto tiene un planteamiento muy alejado de los pabellones italiano o francés -plagados de productos y marcas, y mucho más empresariales-, pero también del ejercicio conceptual, artístico y medioambiental del edificio británico.

Todos ellos se encuentran entre los más concurridos en esta Expo de multitudes, cuyo lema es Mejor ciudad, mejor vida. Entre los más visitados están también el de China y el de Japón, en el que algunos días hay que hacer siete horas de cola. El pabellón español tiene un presupuesto de 55 millones de euros.

Por otro lado, Madrid, Barcelona y Bilbao, la primera de ellas con edificio propio, están presentes en la denominada Zona de mejores prácticas urbanas, donde muestran sus ideas para construir mejores y más habitables urbes para el siglo XXI.

En la tercera y última sala del cesto -Hijos-, la directora Isabel Coixet hace una divertida apuesta por un mundo mejor con Miguelín, el muñeco de un bebé sentado, de 6,5 metros de alto, que parpadea, mueve sus pupilas azules, sonríe y parece respirar. Un bebé que sueña con las ciudades del futuro entre las delicias de los espectadores. "Parece un ángel. Representa el deseo de felicidad", exclama Wu, una mujer de 45 años de la ciudad norteña de Harbin. "Es el mañana, el futuro", añade Zhang Jinfa, su acompañante, un hombre de 45 años. A su alrededor, decenas de personas extasiadas siguen los gestos del bebé, que más bien parece sueco. "Isabel Coixet ha mezclado la idea de hijo único y la admiración que sienten los chinos por los niños occidentales", afirma Tena.

Pero Miguelín, a quien hay que peinar el pelo rubio y maquillar dos veces por semana, ha comenzado a dar muestras de desgaste, con la aparición de lo que semejan arrugas. "Parece un niño viejo", dice Zhou Deyong, de 68 años, de la provincia costera de Jiangsu, quien asegura que no ha entendido gran cosa de las dos primeras salas.

Algunos de los visitantes del pabellón concluyen el recorrido en el bar de tapas que dirige el chef navarro Pedro Larumbe, quien se ha visto obligado a adaptarse al gusto chino, ofreciendo la paella con el arroz pasado o sirviendo al mismo tiempo platos salados y postre.

"Les encantan el jamón y el aceite de oliva", explica Rafael Jiménez, de 52 años, gerente del local, donde no para de entrar gente. "La comida española es deliciosa", afirma Vionne Man, una empleada bancaria de 49 años de Hong Kong, junto a su marido y su hija.

Sobre la mesa, descansan los platos vacíos de un bacalao ajoarriero, unas croquetas y una paella.

Vista de la sala <i>Hijos,</i> diseñada por Isabel Coixet. En el centro está el bebé gigante<i> Miguelín. </i>/ charlie xian
Vista de la sala Hijos, diseñada por Isabel Coixet. En el centro está el bebé gigante Miguelín. / charlie xian
Un aspecto de la sala <i>Ciudades,</i> diseñada por Basilio Martín Patino.
Un aspecto de la sala Ciudades, diseñada por Basilio Martín Patino.CHARLIE XIAN
Entrada al pabellón español, conocido como <i>El cesto;</i>
Entrada al pabellón español, conocido como El cesto;CHARLIE XIAN

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