Odiarás al vecino del quinto
Los ideales suelen tener vocación de lejanía. Decimos amar la paz, la solidaridad, la naturaleza, el planeta, el universo... Todos entes abstractos e inalcanzables. Respecto a los odios somos muchos más cercanos e infinitamente más precisos. Aunque públicamente también recurramos a odios genéricos como el ¡No a la guerra!, en realidad, nuestros reconcomios más encarnizados van siempre dirigidos al que tenemos al lado, al vecino.
Duro es confesarlo. El conflicto palestino-israelí o la última gran estafa financiera piramidal no consiguen irritarnos ni la cutícula del meñique. Pero que le toque al compañero de oficina el reintegro de la bonoloto nos causa acidez de estómago. Y no digamos nada si ha tenido una de tres aciertos y estamos de lunes. ¡Eso nos saca la úlcera a pasear!
Al que está al lado le odiamos más por proximidad que por principios El progreso del vecino tiene causas oscuras, pero vemos justa su desgracia
"Amarás al prójimo como odias al próximo", lema de la nueva religión
Al vecino, al compañero de estudios o de trabajo, al familiar cercano, le odiamos más por una cuestión de proximidad que de principios. A nada que le van bien las cosas, o así nos lo parece, nos empieza a correr la bilis por las venas.
No acabamos de entender que alguien que comparte físicamente nuestro entorno, que habita en nuestro mismo ecosistema social, que sube en el mismo ascensor, que va a la misma panadería, que ve los mismos programas de televisión, pueda elevarse por un golpe de azar y escapar de nuestra atmósfera vulgar y rutinaria.
-Pues mira la parejita, anda que han tardado mucho en restregarnos la LED de 50 pulgadas, que cuando la encienden tienen que sacar al niño del salón porque no les caben juntos el pantallón y el cabezón del crío.
-Él, pasante y ella, cuidadora social. Lo de quitar el polvo a los legajos y los mocos a los viejos, ¿da pa tanto?
-Y acuérdate que se compraron el 4 - 4 hace nada.
-Y que se fueron de fiordos en julio.
-Pues de algún lado habrá salido. Lo mismo le quita algo más que los mocos a los jubilados esa mosquita muerta.
-Y el tío lo compra todo por Internet. Fijo que anda en rollos de dinero negro.
El odio al próximo es mucho más poderoso que cualquier otro sentimiento. De hecho, si me decidiera a fundar una religión reformularía el principio cristiano de "Ama al prójimo como a ti mismo" por el de "Ama al prójimo como odias al próximo". Ni imaginan la pila de fieles que me aseguraría dando cobertura teológica al odio al colindante.
Y si el bien del próximo nos irrita, no digamos nada de lo que nos alegra su mal. Porque mientras que al más mínimo progreso del vecino le encontramos razones ocultas y vergonzosas, sus calamidades responden a causas perfectamente objetivas y justas, como su ineptitud o su mala cabeza.
Así, si el vecino se muda a un adosado o consigue un ascenso, no hay otra razón sino que le ha pegado el sablazo o le ha enchufado el consuegro, mientras que si le embargan el piso o le despiden, la culpa la tiene el propio que siempre quiso vivir por encima de sus posibilidades y además es muy conflictivo en el curro. ¿Y el consuegro? ¿Ya no tiene ninguna influencia para evitar las desgracias? ¿Se ha muerto?
Odiar es mucho más cómodo que admirar. Si encima al que odiamos es un pobre diablo, la tarea se facilita aún más. Con los débiles también nos gusta recrearnos en el castigo, sabedores de que pocos nos afearán la conducta. Al contrario, siempre encontraremos aliados para despellejarles. "Estaban pegando tres matones a un enclenque y me daba tanto coraje que me fui hacia ellos y... no veas la paliza que le dimos entre los cuatro", reza el chiste, no por simple menos ejemplificante.
La terrible crisis que sufrimos ha puesto más de relieve que nunca que el débil es la otra víctima propiciatoria de nuestra ojeriza. En la excelente serie de artículos Escenarios de la crisis publicada en la edición digital de EL PAÍS, los comentarios de muchos lectores se ensañan con los personajes que cuentan allí su drama. A una pareja de parados gaditanos que vivían de la pensión de su madre le decían: "Si yo estuviera en el paro, ¿de dónde sacaría un Lacoste para salir en la foto? Vaya jeta". O este otro: "Mi suegro es andaluz y es el primero que dice que los andaluces trabajadores son los que se van; los que se quedan es porque les gusta vivir del cuento".
A otra pareja que no puede pagar la hipoteca le dedicaban estas lindezas: "Vivo virtualmente en la puñetera calle desde que me emancipé, precisamente porque gente como ellos inflaron la demanda (...) No me dan ni la más mínima lástima". Y a un funcionario al que habían bajado el sueldo: "Si no estáis conformes, pasaros a la empresa privada haber (sic) si tenéis cojones". También había consejos a un matrimonio de inmigrantes en el que la esposa debía volver a Ecuador: "La verdad no sé dónde está el drama, encima se van con los gastos pagados" y "A ver si siguen su camino el resto de compatriotas suyos y de países cercanos".
Como se ve, los comentarios rezuman comprensión y espíritu solidario. Pero que nadie tire la primera piedra. Todos alguna vez nos hemos desahogado dando palos al débil y, en general, detestamos al vecino. Yo odio al mío y ni siquiera le conozco, pero me molestan sus ruidos. ¿No será usted? Vivo en el quinto.
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