Las Rías Baixas en ocho horas
La gastronomía, el gran atractivo para los visitantes de la comarca
A la salida de Santiago, 50 cabezas más o menos sorprendidas observan la silueta de la Cidade da Cultura desde la ventanilla de un autobús. Probablemente no conozcan la polémica que rodea a las obras del Monte Gaiás, pero al final de la excursión de ocho horas por las Rías Baixas, alguno recordará que el arquitecto encargado de su construcción es americano, que se llama Peter Eisenman y que los tejados de los edificios que ahora se construyen intentarán simular una cubierta vegetal. Los 50 son turistas, la mayoría españoles -por el medio, algunas visitantes rumanas e italianas-, que aprovechan su estancia en Santiago para recorrer las comarcas cercanas. Las Rías Baixas y la Costa da Morte son las que gozan de mayor popularidad y las únicas que se mantienen diariamente en temporada alta, entre junio y septiembre. Los viajeros que prefieran otros destinos, como los cañones del Sil o la Mariña de Lugo, tienen que solicitarlo antes en alguna de las empresas que, aprovechando el tirón del Camino, operan desde la capital de Galicia. Las tarifas, entre 45 y 55 euros.
Una excursión guiada desde Santiago cuesta entre 45 y 55 euros
"Combarro y Cambados son sitios distintos, aunque suenen parecido"
El viaje en catamarán es la parte más apreciada de la ruta
"Las mujeres que deseen quedarse embarazadas deberán darse un baño de nueve olas la noche de San Juan, aunque probablemente haya que hacer algo más", aconseja el guía cuando desde el autobús se distingue la playa de A Lanzada, compartida por O Grove y Sanxenxo. Ocho horas de excursión por cuatro municipios distintos dan para poco más que anécdotas y chascarrillos, pero a veces el guía le pone buena voluntad y hasta intenta explicar por qué arden los montes cuando ve los restos de un pequeño incendio a la entrada de Sanxenxo. "A veces son naturales; otras, desafortunadamente, provocados", reflexiona ante una audiencia deseosa de tópicos y embebida con las leyendas del Camino de Santiago. Los clichés, por supuesto, no faltan, porque en el recorrido, que empieza a las 10 de la mañana en Pontevedra y acaba a las seis de la tarde en Cambados, hay sitio para varios: abundan las historias de meigas -cuyas figuritas, junto a los hórreos en miniatura, desbordan las tiendas de Combarro-, la presencia del más allá en los petos de ánimas y el juego sobre el carácter de las ciudades gallegas. "Se dice que Vigo trabaja, A Coruña pasea, Santiago estudia y Pontevedra se duerme", enumera el guía para explicar que la poca profundidad de la ría limitó el desarrollo del puerto pontevedrés, que "siempre se durmió en la arena".
Viajan turistas solos, parejas, familias enteras que más que a conocer nuevos lugares vienen a pasearse, sin más. Cada parada dura entre 40 minutos y una hora - dos para comer en O Grove, tras un recorrido en catamarán por la ría de Arousa- , así que no hay tiempo ni para detenerse en las tiendas de recuerdos y productos "típicos" que pueblan la Galicia turística. Hay también a quien ni siquiera le queda claro el nombre de la localidad que visita. "Primero nos bajaremos en Combarro, y después iremos a Cambados, son pueblos distintos aunque se pronuncien parecido", advierte el conductor de la excursión. A otros el nombre de los pueblos les suenan a chino, como Sanxenxo a los turistas británicos, que intentan despedazar el topónimo en sus tres sílabas, cuenta el guía, que viaja al lado de los turistas un día a las Rías Baixas y otro a la Costa da Morte -que incluye paradas en Fisterra, Muxía o Cee, donde el río Xallas ahora "desemboca, infelizmente, en tubería"-. "A la Costa da Morte va algún extranjero más. Es difícil vender lo que no se conoce", admite.
Las primeras impresiones cuentan: algunos opinan que los faroles de la Pontevedra vieja son "demasiado modernos", por mucho que el guía explique que no contaminan porque iluminan hacia abajo. "También en París criticaban la torre Eiffel cuando se construyó", defiende una turista andaluza, bien acompañada de su prole.
Lo de engañar a los turistas, cuenta el guía, no es tan común, y eso que no suelen venir muy informados. "A veces se me escapa alguna mentira, pero es siempre involuntaria", bromea. Rigor histórico aparte, de obligada referencia son la virgen Peregrina, el loro Ravachol que cierra los festejos del carnaval pontevedrés, la roca sobre la que se levanta Combarro - "el único pueblo de la zona que se salvó del bum turístico de los años 80"-, los jabones de A Toxa y el albariño de Cambados. Eso sí, para probarlo había que pagar, porque en el catamarán que surcó las aguas de Arousa para mostrar a los visitantes las glorias locales -las bateas pobladas de marisco- el compañero de los mejillones al vapor no fue el afamado caldo vecino, sino el Ribeiro, igualmente bien recibido.
De la buena acogida del vino saben mucho las vendedoras de collares de O Grove, reunidas en el embarcadero de la localidad pontevedresa para llamar la atención de los turistas. "Meniñas, tengo maravillas", exclama Carmen con la bisutería de conchas enredada en los dedos. No parecen tener sus mercancías mucho éxito entre las visitantes, y eso que la mujer insiste en que su negocio es "como el Corte Inglés, con derecho a revolver". La cosa cambia al regresar los turistas del viaje en barco por la ría de Arousa. "Cuando suben van tristes como la noche, pero al bajar, después del vino y los mejillones, compran tres o cuatro collares cada una". No se equivocó.
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