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Reportaje:

El 'rodillo' nocturno de Gràcia

Un preciso dispositivo vacía y limpia el barrio tras cada noche de fiesta

Es casi medianoche, hace calor y el músico barcelonés Joan Colomo -camiseta, vaqueros claros cortados a la altura de la rodilla y zapatillas- desgrana los acordes de Contra todo pronóstico, su primer disco en solitario. Las fiestas de Gràcia no han llegado a su ecuador, pero el ambiente está caldeado. Hay que moverse con cuidado para no tropezar con la marea humana, las cientos de manos que sujetan cervezas, y con los vasos de plástico que cubren el suelo. "Perquè l'infern real és el món laboral", cantaba el martes Colomo en la plaza de Rovira. Algunos se apretujaban delante del escenario y le aplaudían a rabiar. Otros jugaban entre las flores, hierbas y tiras de plástico (tomados de cientos de garrafas) que decoran el lugar. A ambos lados de la plaza, se formaban corrillos en el suelo, mientras se repartía el alcohol. Las pegadizas melodías del cantautor catalán divertían al joven público barcelonés, entregado de pleno a la fiesta. Después fue el turno del grupo garajero Els Trons, que cerraron la última jornada del Festigàbal. La fiesta oficialmente terminaba ahí. Pero el ánimo estaba en su punto más álgido.

¿Cómo mandar a dormir a centenares de personas en medio de la euforia estival colectiva? Durante estas noches, las calles de Gràcia son el escenario de lo que se podría denominarse operación rodillo. En ella, los Mossos d'Esquadra y la Guardia Urbana barren literalmente las estrechas calles y plazas del distrito y las desocupan en tiempo récord para que los carros y mangueras del servicio de limpieza del Ayuntamiento las dejen a punto para empezar un nuevo día. Un total de 192 operarios y 43 vehículos, el doble de un día ordinario, participan en estas labores. Nadie diría que, poco antes, miles de gargantas estropeadas por el alcohol coreaban el Tainted Love, de Soft Cell, versionada en catalán por Els Trons.

Las fiestas están autorizadas hasta las 2.30 de la madrugada los días laborables y hasta las 3.30 los festivos. Aunque la presencia policial es constante por todo el barrio, cuando se acerca la hora del cierre, en grupos de 10 y 12 uniformados se reparten la tarea de peinar las calles, entrar a los bares que aún no han bajado la persiana y acallar a quienes prefieren que la fiesta continúe. La labor más complicada es la de lidiar con los grupos que se asientan en las plazas y las fiestas celebradas en bares supuestamente cerrados.

Según cálculos del Ayuntamiento, unas 450.000 personas han participado en los primeros cuatro días de fiesta mayor. Siguiendo la tendencia de años anteriores, no se han generado altercados importantes entre los visitantes noctámbulos y las autoridades. De hecho, ha habido cinco detenciones, según informa la Guardia Urbana. Solo una de ellas por desacato a la autoridad en el momento del desalojo.

La pelea contra el ruido, el principal reclamo de los vecinos, también se libra en las calles. No falta el músico, aficionado o no, que saque su propio instrumento para seguir la juerga. La policía ha decomisado 13 instrumentos musicales.

Respecto al cumplimiento de otros aspectos de la Ordenanza de Civismo, se ha multado a 279 vendedores ambulantes y han decomisado las correspondientes 16.281 latas de cerveza.

A todo esto, la eficacia que ha mostrado el rodillo durante estos primeros días (se ha ido perfeccionando en los últimos años) se pondrá a prueba a partir de mañana, cuando está previsto que comience a subir exponencialmente el número de visitantes. La hora de la verdad será el fin de semana. Pero tampoco es un asunto de represión. El civismo arraiga en Gràcia.

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