Chulapas, sardinas y líos municipales
Las fiestas de la Paloma acaban entre protestas de los bomberos - El alcalde acudió a la ofrenda floral y sirvió caracoles en un bar cercano
A las doce de la mañana, a las puertas de la iglesia de la Virgen de la Paloma ya olía como solo Madrid sabe oler en sus verbenas. Olía a churros y porras con chocolate bien espeso, del de mojar; olía a gallinejas y chorizos, que se acumulaban junto a una buena pila de filetes de hamburguesa, un poco menos castizos; y olía a tempraneras sardinas -"se me mezcla con el churro, hija, qué náusea", se quejaba una chulapa con la nariz arrugada y los brazos en jarras-.
Isabel la Castiza, como se hace llamar la dueña de La Madrileña, el quiosco donde se venden estas delicatessen, forma parte de la sexta generación de feriantes. "Nací en la verbena de San Isidro y mis hijos se han criado debajo del mostrador. Algunos son abogados, pero siguen trabajando aquí. Esto se mantiene, porque no es un entierro, es alegría popular". Pero se quejaba de la escasa venta. "Está la cosa floja, no hay un duro", afirmaba desde detrás del mostrador.
Como protesta, por primera vez los bomberos no iban vestidos de uniforme
No faltaron los gritos de "¡Viva la Virgen de la Paloma! ¡Viva Madrid!"
Al lado del quiosco posaba con todos los turistas y una sonrisa perenne María Dolores Álvarez, "madrileña chipén, nacida en Mesón de Paredes". Ella ha sido elegida este año Señá Rita, uno de los personajes más populares de estos festejos junto a Don Hilarión o La Susana. "Me he acostado a las seis de la mañana. No importa. Estoy orgullosísima de haber sido elegida".
A la llegada del alcalde y demás autoridades, más fotos de los turistas, imbuidos por la fiesta. "¿Quién es ese señor?", preguntaban dos mujeres, madre e hija, venidas desde Manchester, que al saber que ese señor era el alcalde de Madrid se hicieron media docena de fotos con él.
Los bomberos, en cambio, no estaban para fotos. Ni para saludos. Solo 13 se sentaban en primera fila en la iglesia, enfrente de las autoridades, cuando suelen ser más de 50. Solamente uno se dignó a saludarlas. Felipe García, de 33 años, lleva cuatro como presidente de la Hermandad de la Virgen de la Paloma y le dio la mano al alcalde por eso de nobleza obliga.
El conflicto que mantiene el cuerpo de bomberos de Madrid con el Ayuntamiento por la falta de personal y de medios (afirman que hay 1.000 bomberos cuando las recomendaciones europeas exigen que la ciudad tenga más de 3.000) ha enfriado la celebración.
Como viene ocurriendo desde los años cuarenta, cuando comenzó la tradición, los bomberos sortean entre todos los que se presentan voluntarios quién será el afortunado que descuelgue el cuadro con la imagen de la Virgen. Este año ninguno ha querido. "Se decidió que, como presidente, yo lo bajara. No podíamos defraudar a la gente". Por primera vez en su historia, los bomberos no iban vestidos de uniforme, como protesta, sino con un polo azul en el que se leía por detrás "Hermandad de la Virgen de la Paloma". Una vestimenta más discreta que la de sus compañeros, que esperaban a la salida de la iglesia con camisetas en las que se leía en letras brillantes la inscripción "Bomberos Madrid Bajo Mínimos".
Con más responsabilidad que emoción, y después de una misa presidida por el secretario general de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, que se prolongó durante más de una hora, Felipe García descolgó los 92 kilos que pesa la imagen. No faltaron los clásicos gritos de ánimo. "¡Viva la Virgen de la Paloma! ¡Vivan los bomberos! ¡Viva Madrid!", repetían los cientos de fieles que abarrotaban, con el imprescindible abanico en la mano, el pequeño templo de principios del siglo XX.
A la salida, el alcalde decidió darse una vuelta por los bares. Allí fue mejor acogido por parroquianos y fotógrafos que por los hosteleros, algo molestos este año por la prohibición de sacar las barras de bar a las calles. La Junta del Distrito Centro lo decidió así por el ruido que causaban a los vecinos y por las dificultades de movimiento, ya que complican la accesibilidad y la seguridad, afirman.
Pese a todo, Gallardón sirvió una tapita de caracoles y una caña de cerveza. A su salida, los bomberos le siguieron hasta el coche para exigirle mejoras en el cuerpo. También esperaron en la procesión de las ocho de la tarde para explicar sus protestas a todos los ciudadanos que acudieran a ver a la Virgen. Eso sí, regalaban un vaso de limonada fresquita. Que para eso son fiestas.
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