Ramadán a la carta
Paquistaníes, marroquíes y bangladesíes eligen productos diferentes para romper el ayuno
A las seis de la tarde, las carnicerías islámicas del barrio del Raval de Barcelona empiezan a llenarse. Faltan pocas horas para romper el ayuno del Ramadán y hay que ponerse a cocinar. A Mohsan Raza, paquistaní de 19 años, se le acumulan los clientes en la caja. El producto estrella son los dátiles, la recomendación del Profeta para el desayuno vespertino. Junto con la leche y los zumos, esta fruta es el punto de partida en todas las celebraciones del Ramadán. Así se prepara el organismo para el contundente plato que toman marroquíes, argelinos y tunecinos, la harira. "Es una sopa que lleva fideos, garbanzos, trozos de carne, cilantro, perejil, apio, ajo y cebolla", recita Najia Fathallah mientras guarda cola en una tienda. Esta mujer de 37 años nacida en Kenitra, a 20 kilómetros de Rabat, dice que la sopa es "lo más sagrado" del Ramadán. "Todo Marruecos huele a harira en esta época", recuerda.
El consumo entre los musulmanes se dispara como en Navidad en España
La subbakía, muy parecida a los pestiños, es otro elemento clave en el Ramadán marroquí. Este dulce de harina, almendras y sésamo molido, frito en aceite y bañado en miel acompaña habitualmente a la harira. "Aunque mi preferido", apunta Najia, "es el briwat de almendras", una especie de empanadilla que se puede rellenar de carne, verdura o frutos secos, también frita y pasada por miel. Los dulces son terreno reservado para los marroquíes. Los paquistaníes y los bangladesíes, por ejemplo, no son tan golosos. "Nosotros pasamos de los dátiles y la leche directamente a la carne [de ternera, pollo o cordero] con arroz basmati", explica Mohsan, que insiste en la predilección paquistaní por el picante. En cinco minutos, dos clientes se le quejan después de pagar. "Durante el Ramadán subimos los precios el 5%", confiesa tímidamente mientras ordena las cajas de dátiles. Mohsan cuenta que vende 15 kilos diarios de esta fruta, invisible en las tiendas islámicas el resto del año. La tiene a 3,5 euros el kilo, un poco más barata que en el mercado de La Boqueria, donde llega a los cinco euros en algunos puestos. Como todos los días, Mohsan cierra la carnicería a las diez de la noche, pero en cuanto se pone el sol, se retira a la trastienda para hacer la cuarta oración del día (almaghrib) y romper el ayuno.
En la pastelería Ayub tienen otro sistema. Echan el cierre durante la comida y luego vuelven a abrir. Su propietario, el paquistaní Nadin Ayub, lleva más de 20 años en Barcelona y tiene la nacionalidad española. Prepara samosas (empanadas de patata y verduras) y pacokas (verduras aliñadas con crema de garbanzos y aceite). Aunque no especifica cuánto, Ayub dice que durante el Ramadán baja "un poquito" el precio de sus productos. Este mes, el consumo entre la población musulmana se dispara de una forma comparable a la Navidad en España.
Después de los dátiles y los dulces, los marroquíes pasan al segundo plato a base de cous-cous y tajines de carne. En Pakistán, comen ternera o cordero asado y en Bangladesh, en cambio, prefieren el pescado con arroz. "Apenas comemos dulces, no nos gusta la miel, y tampoco tomamos pan, como hacen en Marruecos", explica Bilal Ahmed, bangladesí de 39 años que acaba de abrir una tienda en el Raval.
El festín, con sus variedades gastronómicas por países, termina a las cinco de mañana. Eso sí, las 15 horas siguientes sin comer ni beber agua, bromea Bilal, son idénticas para todos los musulmanes.
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